viernes, 14 de agosto de 2015

Bem-vindos!

Día uno. Mayo 5.


La verdad tenía mucha fe en este día. Mi calvario comenzó unos diez días antes. Desde el 23 de abril intenté comenzar mi aventura hacia Brasil y nada que podía. Pero ese día fue diferente. Todo apuntaba para que la respuesta fuera positiva y me asignaran un lugar en el avión: martes, un día de la semana en el que nadie viaja, y además la temporada alta o vacacional ya había terminado. Sin embargo, no fue hasta que llegué a Rio de Janeiro que todo se volvió real; bueno no, creo que fue antes.
El vuelo salió el cinco de mayo pasado aproximadamente a las 00:45 horas. Mientras esperaba en la sala me solté a llorar. Un llanto de miedo, de ansiedad, de comenzar algo nuevo. Contesté mensajes, escribí adiós muchas veces, leía y releía las despedidas que algunas personas me escribían. Lloraba y lloraba. De pronto pensé que minutos antes mis padres me habían abrazado y besado por última vez quién sabe por cuánto tiempo, porque hasta ese momento no tenía certeza de cuándo volvería. No hubo llanto en ese instante, era más la emoción. Y entonces me dí cuenta que ésto ya había iniciado. Era yo contra el mundo.
El viaje no fue del todo malo. Viajé con Aeromexico y el servicio en general fue bueno. Cena y desayuno para no morir de hambre, personal atento, trayecto tranquilo, creo sin turbulencias. Pero lo mejor, a lo que llamé mi recompensa por esas horas de desvelo y nerviosismo acumulado, poder acostarme sobre los tres asientos de la fila -ya que el vuelo iba casi vacío y no tuve compañeros a mi lado-. Dormí la mayoría del tiempo. Tuve molestias estomacales controlables, relacionadas, creo yo, con el mar de emociones que tenía y que seguirían después.
El aeropuerto internacional de Rio, Aeropuerto Internacional de Galeão, no tiene nada de extraordinario -extraño, pero las grandes ciudades de Brasil tienen dos o más aeropuertos, uno para vuelos internacionales y el otro o los otros, para vuelos nacionales o para aviones de pequeñas dimensiones-. Lo hallé feo y sin chiste, tal vez se deba a que lo están remodelando para las olimpiadas del próximo año. He escuchado a mucha gente decir que los aeropuertos son feos; no estoy de acuerdo con esa opinión, pero éste sí me lo pareció. No tuve problemas con migración y el proceso fue rápido. Tomé un ônibus que me llevó al centro de la ciudad (R $15.00. La moneda de Brasil es el real y equivale, más o menos, a $5.50, pesos mexicanos). El aeropuerto está algo lejos de la zona turística, el trayecto duró unos 40 minutos. El tránsito es infernal.
A primera vista, desde la ventana del autobús, Rio me pareció una ciudad bohemia. Pero también percibí un aire de crisis, la noté desordenada, aunque qué ciudad no lo es. Recordé ciertos paisajes urbanos que he visto en la ciudad de México donde los techos de las casas se ven coloreados de blancos asbesto y negros rotoplas, tinacos viejos y nuevos. En Rio el color es el azul, el azul Fortlev (empresa brasileña de tinacos). Lo poco que vi me agradó.
El autobús recorrió la avenida Rio Branco, donde bajé a la altura del metrô Cinelândia. Días antes había revisado en internet qué camino seguir una vez que estuviera en el centro, pero una cosa es ver el mapa en google y otra muy diferente ver las calles en vivo y por primera vez. Sabía que me encontraba cerca del hostal donde viviría por 22 días, y conocía la dirección que tendría que tomar, pero no sabía para dónde moverme. Mi referencia eran los Arcos da Lapa (se pueden observar en la fotografía de arriba), pero no los veía por ningún lado. Fue cuando decidí preguntar a alguien. En una esquina encontré una escuela de música y a un guardia en la entrada. Pregunté en español por la calle: Rua Francisco Muratori. Creo que me entendió un poco y él a su vez le preguntó a otra persona. Hablaron entre ellos y me dieron las indicaciones. Entonces pensé, Dios mío, el portugués es más difícil de lo que creía. Recuerdo que en el avión escuché algunas conversaciones pero fue en esa situación que me topé con pared.
Caminé un poco más y llegué a una estación de información turística. Pregunté a un señor que estaba ahí y me dijo exactamente cómo llegar, todo en inglés, y no fue nada difícil. Alrededor de las 16:00 horas llegué a lo que fue mi hogar durante tres semanas: el mejor hostal de Rio, Books Hostel. Pregunté por Felipe Barbosa, la persona con quien me contacté desde México para poder trabajar con ellos en el hostal, pero no estaba, regresaría hasta el siguiente día. Me atendió un chico buenísima onda, que días después supe que se llamaba Ben. Me llevó hasta la habitación donde me quedaría, un cuarto con tres literas, pero que hasta ese momento sólo cuatro personas ocupaban. Mi litera sería la del final, del lado derecho en la parte de arriba. Me mostró el hostal de forma general, lo necesario para familiarizarme con el lugar. Me instalé y bajé a la terraza/bar -mi habitación se encontraba en el segundo piso-. Pedí la contraseña del Wi-Fi y me contacté con algunas personas de México y con Félix Luna, un artista y amigo mexicano que ahora está viviendo en Rio.
Aproximadamente a las siete de la noche salí a caminar un poco. Me sorprendí de lo pronto que se oculta el sol, aunque después pensé que era normal, el horario de invierno estaba en ese momento -cuando es primavera en México o en los países de la parte superior del ecuador, en Brasil y en los países de la parte inferior es otoño-. Mi caminata duró unos cuarenta minutos y fue más una exploración. Me sentí un tanto seguro, siendo un pseudo carioca -así se les llama a las personas originarias de Rio de Janeiro-, pero también tenía algo de temor. Antes de llegar a Brasil escuché tantas cosas de Rio, y una de ellas fue que era una ciudad altamente peligrosa; tenía que estar alerta, no quería comenzar mal el viaje. Aunque también pensaba que la gente a veces puede ser muy alarmista.
Llegué a los arcos nuevamente, ahora vistos con luces artificiales y el ambiente nocturno: en la gran plaza encontré a un grupo de personas que tocaban tambores y otros instrumentos musicales. Se escuchaba, en definitiva, un ritmo brasileño, pero no sabría decir cuál, sonaba como si fuera capoeira. Los Arcos da Lapa fungían como un acueducto que abastecía a la ciudad en la época colonial. Según Wikipedia, están integrados por 42 arcos y conecta, a través de un tranvía eléctrico (bondinho), a Lapa con Santa Teresa, dos barrios muy pintorescos y populares en Rio. Es un lugar bonito e imprescindible en una visita turística, sin embargo, los encontré descuidados y la zona desolada, aunque después descubrí que no era el mejor día de la semana para recorrerla.
La gente que veía en la calle me pareció una mezcla cultural interesante pero extraña a la vez, que sin duda le da identidad a la ciudad. Es una identidad multicultural, donde las pieles negras y blancas se mixturan. Paseando comencé a tener hambre, pero estaba indeciso entre comer o no. Al final decidí no hacerlo y creo que mi estomago lo agradeció, continuaba acostumbrándose a esa experiencia.
Regresé al hostal decidido a tomar un baño y a dormir. Y así lo hice.


Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando Let Me Take You To Rio del soundtrack de la película Rio, interpretada por Ester Dean y Carlinhos Brown. :D

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