lunes, 19 de octubre de 2015

¡Tapioca, açaí y caipirinhas!

Día cinco-seis. Mayo 9 y 10.


La madrugada de este día fue muy mala. Mis compañeros de cuarto, tres chicos franceses, regresaron de la fiesta como a las tres de la mañana y llegaron aún con mucha actitud. Estuvieron platicando, a grito suelto, mucho tiempo y con la luz encendida. Para los que se han hospedado antes en un hostal, sabrán que el nivel de tolerancia crece exponencialmente. En general se comparte todo. En Books Hostel, mi hogar en Rio por tres semanas, a partir de la media noche no tiene que haber ruido. En ese momento, cada quien es libre de salir y divertirse en otro lado. Sin embargo, ellos no respetaron esa regla y lo peor, no respetaron a los demás en el cuarto (desafortunadamente era yo el único). Todo hubiera sido más entretenido de haber comprendido lo que platicaban, pero no entiendo francés. Dormí a ratos. Por fin volví a conciliar el sueño como a las seis de la mañana. Dos horas y media después sonó el despertador.
Desayuné en el hostal y decidí que ya era momento de comenzar el proyecto laboral que desarrollaría ahí. Antes los pondré en contexto. Cuando planeaba mi viaje, platiqué con una amiga sobre él y ella me recomendó buscar un programa del cual me he ido enamorando y que sin esa oportunidad creo que no hubiera podido viajar y conocer mucho de Brasil. El nombre de este proyecto es Worldpackers. Básicamente el viajero crea un perfil dentro de su página, se hace una búsqueda de los hostales que pertenecen a la comunidad en la ciudad que se visitará, cada hostal ofrece hospedaje e incluso alimentación (algunos hasta servicio de lavandería) a cambio de las habilidades del viajero. Entonces, si el hostal busca a un fotógrafo y el viajero cuenta con una cámara y además tiene conocimientos sobre ello, éste se puede postular y tener más suerte de encontrar una oportunidad. En verdad es increíble. La inscripción a este programa tiene un costo de 50 dólares por viaje, lo cual me pareció difícil de costear y de primera instancia, ridículo (después pude descubrir el por qué de esa cuota; en otra entrada hablaré de ello).

Books Hostel. Fotografía tomada de la página de Worldpackers.

Ya que me sería imposible pagar el dinero que se pedía para ponerme en contacto con el hostal, determiné hacer el contacto directo. Usé a Worldpackers únicamente como fuente de información. Envié un correo electrónico a Books Hostel solicitando la oportunidad de trabajar por alojamiento y la respuesta fue casi inmediata. En unos tres o cuatro correos, en los cuales me presenté y conté un poco mi historia de viaje y mis aptitudes, ya nos habíamos puesto de acuerdo. En un principio me dio miedo, ¿será verdad o sólo es una treta o algo por el estilo? Pero muchos elementos me decían que tenía que creer.
Yo apoyaría al hostal en un proyecto que tuviera que ver con diseño, el área que conozco más, y el periodo de trabajo sería de tres semanas. Una vez que llegué a Rio y me entrevisté con Felipe, el dueño del hostal, me explico en qué cosas podría contribuir. Pero ninguna de ellas me atrajo. Además, quería hacer algo que pudiera terminar en menos de veinte días y con bajo presupuesto. Comencé un plan para rediseñar un muro donde colocan fotos e información, como un tipo periódico mural. Pero me quedé estancado toda la mañana. No estaba convencido. Felipe me comentó que podría diseñar algún tipo de accesorio o mobiliario para la cocina. Pero definitivamente me llevaría más de tres semanas. Quedé sin saber qué hacer.
Mandé un mensaje a Félix Luna, un amigo mexicano que actualmente se encuentra en Rio y que en ese momento llevaba un mes. Nos pusimos de acuerdo para comer juntos. Quedamos a las 15:30 hrs. afuera del metrô Largo do Machado, donde hay una plaza del mismo nombre. Antes de llegar con él me dirigí al centro a pie y visité dos lugares. Uno fue el Centro Cultural Banco do Brasil (CCBB), ahí entré a la exposición Bracher - Pintura e permanência, del pintor brasileño Carlos Bracher, no me encantó su trabajo. El otro lugar fue Casa França-Brasil -antigua plaza de comercio-, muy bonito edificio por dentro y por fuera, y la exposición que encontré me gustó bastante. El artista brasileño Rodrigo Braga (ya artista favorito) presentó Tombo, una instalación con troncos de palmeras imperiales muertas que contrastaban con las columnas neoclásicas del espacio. Después, investigando más de su obra supe que le atrae la idea de trabajar con la naturaleza. Fue una exposición muy interesante y un lugar que recomiendo totalmente.





La hora de la cita se aproximaba y fui al encuentro. Para llegar ahí usé el metro en la estación Uruguaiana, la cual nunca había visitado. Bajé en Largo do Machado, cinco estaciones hasta ahí. Me dio mucho gusto volverlo a ver. Nos actualizamos un poco y nos dirigimos a comer. Me llevó a un puesto callejero, no recuerdo el nombre de la calle, pero muy cerca de donde nos vimos. En este puesto vendían tapiocas, las mejores según me dijo: una especie de masa doblada con queso adentro, o coco, o plátano, o mantequilla. Ahí fue la primera vez que la probé, aunque no quedé encantado. Siempre digo que mi primer pensamiento al probarla fue que estaba cruda. Después supe que la tapioca es como si fuera una quesadilla hecha a base de farinha de mandioca -harina de mandioca o yuca en español- (la mandioca es un tubérculo) y para el relleno funciona lo que se tenga a la mano: queso, jamón, mermelada de fresa, cajeta, lo que sea combina bien ya que la harina no tiene un sabor específico. Según mis notas escribí sobre ella: "me gustó pero no es una delicia". Creo que en ese momento la valoré mal, porque después se convertiría en mi pan de cada día, y no me cansé de comerlo. La tapioca fue acompañada con una cerveza (el precio por todo fueron unos R $10.00). Quedé muy sorprendido de saber que en Brasil está permitido beber en la vía pública. En México no es así; sí, hay lugares en donde la gente toma cerveza preparada en plazas o lugares concurridos, pero según yo es delito. Lo sé porque una amiga fue subida a una patrulla por llevar su vaso con un poco de cerveza una vez que el tiempo para permanecer en el bar había expirado. ¿De qué dependerá que allá sí y acá no? Desconozco si en otro país de latinoamérica se permita, pero lo hallé muy extraño y a la vez liberador.
Después me llevó a comer açaí -de esto ya me habían hablado desde México-. Según entiendo es una fruta casi exclusiva de Brasil, es parecida a una uva morada, pero más morada y dura. Tiene muchas propiedades naturales, pero principalmente combate el envejecimiento de las células e incluso se cree es anticancerígena. En toda mi estancia en Brasil jamás vi la fruta en vivo, lo que comí en ese momento fue un tipo helado, aunque la consistencia era de natilla, muy batido. Era un tazón -tigela en portugués- enorme, como de sopa. Escribí: "no me encantó pero tampoco sabe mal". Es uno de los emblemas de Brasil. Se tiene que probar (costó R $17.00).
Más tarde volvimos a la plaza dónde nos encontramos. Tomamos un café -sí, café en portugués es cafezinho- (costó R $2.00 algo así como $10.00 pesos mexicanos) y esperamos que comenzara un concierto de jazz que darían ahí, me parece que formaba parte de un evento cultural. Inició y se convirtió en uno de mis momentos favoritos en Rio. La gente es muy musical; esta apreciación, que un amigo me había compartido, la entendí totalmente.
Ahí probé por primera vez la famosa caipirinha y fue amor a primera vista. La caipirinha lleva un aguardiente, como el mezcal o el tequila, que se llama cachaça y proviene de la caña de azúcar. Se le pone también limón, azúcar y mucho hielo. Es dulce y refrescante a la vez. Me encantó.


Al finalizar el concierto Félix me invitó a su casa y antes de irnos nos encontramos a una conocida de él. Carolina, una colombiana, psicóloga y súper chévere. La invitamos a la "fiesta" y nos acompañó. La casa de Félix está lejos de la civilización. Caminamos unos cuarenta minutos hasta ella. Está en Cosme Velho, muy cerca de la entrada al Corcovado. Pero pese a que fue una caminata pesada, como si subiéramos una montaña, fue muy amena. Compramos cervezas y llegamos finalmente.
Valió todo. La casa de Félix es preciosa. Muy grande y con un aire de hacienda vieja y colonial. Félix está haciendo un tipo de residencia artística en Rio y comparte la casa con otras personas, que también obtuvieron esta residencia. Nos presentó a todos, un grupo bastante ecléctico y de todas los países posibles: Sudáfrica, Alemania, Turquía, Chile. Comencé a platicar con la chica de Sudáfrica, no recuerdo su nombre. Hablamos de su país, del mío, de la violencia, tema inmerso en ambos pero también tema con el que trabaja y que le motiva a hacer arte.
Bebimos, platicamos y después se inició una especie de experimento sonoro entre todos. Con los objetos que había en la habitación, palos, sartenes, mesas, cojines, manos, se produjeron distintos sonidos. La idea era hacer una armonía, además de una melodía. Fue una batucada improvisada. Después se integraron otras personas, un chico de argentina entre ellos, y se hicieron cantos unidos a la música, eran como mantras o sonidos repetitivos. Muy interesante.
Como a las dos y media decidí ir a dormir. Carolina ya se había ido a su casa. Yo no me fui porque le pedí alojamiento a Félix. Me indicó dónde dormiría y ahí me instalé.

 ..........

Al día siguiente, bueno, ese mismo día pero más tarde, desperté y lo primero que hice fue mandarle un mensaje a mi mamá por el día de las madres. De verdad que estar sólo no es fácil. Lloré mucho esa mañana. Pongo en una balanza lo que he vivido estos días lejos y lo que dejé. Creo que ha valido mucho la pena, pero es difícil. Le agradecí por confiar y creer en mi.
Después desayuné con Félix. Preparó huevo revuelto con berenjena (delicioso), y probé una fruta, no recuerdo el nombre, pero que parece un jitomate. Fue extraño porque en mi mente tenía el sabor de esta verdura y no me hacía sentido con el sabor dulce de la fruta. En el desayuno nos acompañó Giorgio, el casero, un señor muy atento, amable y servicial. Me estuvo dando consejos y platicando precisamente de la comida brasileña. Finalmente me despedí, con la consigna de volver. Caminé la calle que un día antes había subido. Ahora lo hacía bajando. Si no mal recuerdo la calle era la Rua Cosme Velho que se convierte en Rua das Laranjeiras. Después tomé el metro hasta el hostal.
Cuando llegué me bañé y me alisté para salir. Ya eran pasadas las tres de la tarde. Debería estar trabajando y aprovechando el tiempo, pero no podía concentrarme. Me dirigí al Museu Naval. En facebook encontré, a través de la página Veja Rio, un evento que tendría lugar en la Ilha Fiscal, una isla que está muy cerca de Rio, en el interior de la bahía de Guanabara. Este lugar funcionó como la oficina de la guardia que atendía a la capital del imperio. Actualmente es un museo y un lugar impresionante desde su arquitectura gótica, parece un castillo. El evento al que asistí fue un concierto de arpa. La verdad es que me motivaba más conocer la isla que el concierto, pero no estuvo nada mal. Llegamos en un barco, a pesar de que es posible llegar en auto, porque la isla está conectada por medio de un pequeño camino. Sin embargo, este acceso está restringido. Fue un bonito recorrido. En diez minutos ya estábamos arribando.







El lugar es precioso, me gustó bastante. recomiendo visitarlo al cien por ciento. Por suerte encontré la oportunidad de ir de manera gratuita, pero visitar la isla tiene un costo de R $25.00 (unos $125.00 pesos mexicanos aproximadamente). El concierto duró una hora más o menos. Calculo que unas 70 personas estuvimos ahí. Cuando acabó, el sol ya se había ocultado. El regreso al hostal tendría que ser a pie, ya que el metro no estaba cerca ni del lugar donde desembarcamos ni del hostal. al menos tendría que hacer un trayecto a pie. No valía la pena. Pero fue sorprendente encontrar tan desierta la ciudad, al menos en ese lado. No había nadie en las calles a pesar de que eran las siete o las ocho. Me dio miedo caminarla. No sé si fue por el día de las madres y además domingo, pero parecía una ciudad abandonada.
Regresé al hostal y compré para cenar un salgado de carne -como una empanada- (R $4.00). Al final de ese día anoté en mi diario: "recordar mañana comprar despensa y organizar mi tiempo para concluir el proyecto".


*Tips de viaje: Vale mucho visitar el Centro Cultural Banco do Brasil (CCBB); la entrada es gratis y tiene mucho qué ofrecer. Yo no pude visitarlo completamente, ya que es muy grande, pero lo recomiendo ampliamente. La Casa França-Brasil también es entrada libre, es un lugar mucho más pequeño que el anterior pero muy interesante, cuenta con un espacio para leer y un restaurante/cafetería. El Museu Naval podría no visitarse, a menos que gusten de temáticas navales y de marina. No recuerdo si entre semana tiene un costo, pero los domingos es gratis. La Ilha Fiscal es hermosa en verdad, sin embargo, no sé si valga la pena gastar tanto. No tuve tiempo de visitar la exposición, pero creo que es una permanente que también tiene que ver con cosas de navegación.
En cuestión de comida recomiendo probar todo. Quizá nuestro estomago lo resienta al principio porque no está acostumbrado pero no puedes irte de Brasil sin probar la tapioca y el açaí. Y menos las caipirinhas.

Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando Cosmic Love, interpretada por Florence + the Machine, en la cual se puede oír un poco de arpa y es una canción que me fascina. Pretendía compartir una pieza que escuché ese día en el concierto, pero no la encontré. Se titula Nagumomu de Bhushan Dua -según Shazam. :D

jueves, 10 de septiembre de 2015

Dois Irmãos!

Día cuatro. Mayo 8.


Hoy ha sido el mejor día en Rio hasta ahora.
Me levanté desde las ocho de la mañana. Me bañé y vestí. Bajé a desayunar. Fruta, leche, pan, jamón, queso, cereal, los alimentos están dispuestos, el cómo comerlos depende de cada persona y su capacidad creativa. Noto que cada vez me alimento más para sobrellevar el día. Trato de no mal pasarme al mismo tiempo que intento economizar lo más que pueda y ocupar el dinero en conocer otras ciudades dentro de Brasil. Con el pan, el jamón y el queso hago sandwiches, los cuales guardo en una bolsa de plástico y los oculto sigilosamente en mi bolsa para comerlos más tarde, cuando me vuelva a dar hambre.
Por fin pude entablar una conversación importante con alguien del hostal y lo mejor, yo comencé la plática. Creo que ya detecté mi miedo y es el miedo al ridículo. Mi inglés no es fluido. Lo entiendo bastante, pero me cuesta pensar y expresarme en inglés. La mayoría de los huéspedes hablan en este idioma, y la siguiente mayoría habla portugués, así que estoy fregado. He descubierto que tengo cierta apertura para aprender nuevas lenguas, pero no sé por qué en este viaje me constó expresarme en inglés. Por tanto eso hacía que me contuviera de hablar. Entonces ya imaginarán en que idioma fue mi primera conversación exitosa. Sí, en español.
Ángelo era su nombre, un chico de Perú que andaba en Brasil conociendo y en la aventura. Pero además su viaje tuvo un propósito específico. Él es comerciante, vende diferentes productos en el aeropuerto de su país e hizo una comparación de precios de lo que se vende en los aeropuertos de ambos países. Por ejemplo, la cajetilla de cigarros es más barata en Perú, según me dijo, pero el chocolate tiene mejor precio en Brasil. Sería bueno definir el por qué de estas variaciones, pero es un interesante proyecto. Comentamos de los lugares que hemos visitado y de cómo continuará el viaje después. Hoy fue su último día en Rio y se dirige a Paraty, una ciudad colonial dentro del estado de Rio de Janeiro que, según me cuentan, es hermosa. Espero volver pronto y conocerla también. Al final nos despedimos y nos deseamos suerte.
Antes de continuar el relato tengo que comentar una situación que da sentido a lo que sucedió después. Al planear mi viaje desde meses antes, buscaba algún lugar en el que pudiera trabajar. Y una de las opciones que veía más viable era trabajar como voluntario. En esa búsqueda encontré un proyecto que se llama Iko Poran. Sin embargo, el precio era alto y no podía costearlo. Fue a través de sus redes sociales que encontré un centro de lenguas en Rio, con cursos de portugués para extranjeros. El nombre de esta escuela es Casa do Caminho, y desde ese momento sigo las actualizaciones de su página en facebook.
Ese día, cuando estaba desayunando, encontré que organizarían una trilha -excursión en español- a Dois Irmãos, una formación montañosa que en portugués se le conoce como morro, que según el google translate se traduciría como colina en español. Si uno está en Ipanema, observando el mar de frente, Dois Irmãos se puede ver a la derecha. Es esa montaña que tiene dos picos. Es uno de los puntos más altos de Rio y también uno de los puntos obligados para visitar. Decidí ir para allá.
Me alisté. Mi cámara, unos tenis y el agua suficiente para beber me acompañaron. Determiné mi ruta para llegar a la escuela, ubicada en Ipanema. Decidí entonces utilizar el metrô por primera vez. Es muy bonito, limpio y organizado, la gente es muy respetuosa de las indicaciones. Lo único malo es que no hay las conexiones suficientes para visitar todo Rio, sólo hay dos líneas no muy diversificadas (actualmente se está trabajando en extender sus rutas y se prevé estén listas para el próximo año, antes de que comiencen las olimpiadas). El viaje sencillo cuesta R $3.70 -$18.00 pesos mexicanos, aproximadamente-. La estación más cercana al hostal es Cinelândia, y se ubica a unos diez minutos caminando. La estación en la que descendí fue General Osório, terminal de la linha 1. De ahí caminé unos diez minutos más. Llegué a la escuela antes de las 13:00 hrs., la hora acordada. Poco a poco fue llegando gente con diferentes nacionalidades para sumarse a la caminata.


Esta excursión fue toda una experiencia. Lo mejor es que es una actividad muy económica, no se cobra la entrada al lugar, sólo se paga el traslado ida y vuelta. Después de que la gente llegó nos dirigimos a un punto de ônibus ubicado en la avenida Vieira Souto, que justo está frente al mar. El costo de ese autobús fue de R $13.40, casi como unos setenta pesos mexicanos. Sí, sé lo que están pensando.
Durante todo este viaje pude compartir y conversar con gente de muchos lados, pero conocí a dos personas que enriquecieron mi experiencia. Primero Luna, una chica ecuatoriana buenísima onda, enamorada del mundo y del patinaje. Y Christopher, un chico de USA que hablaba español muy bien y estaba en Rio aprendiendo portugués. Al platicar fue interesante descubrir las mezclas lingüisticas que se hacían. La mayoría hablaba en inglés, sin embargo, ya que se encontraban aprendiendo portugés, se forzaban a practicarlo. Pero a veces la combinación de idiomas en una misma oración era inevitable. Es común pensar que aprender un idioma es complicado, pero no reparamos que muchas palabras son similares en una u otra lengua. Es sólo cuestión de escuchar, escuchar, escuchar, y poco a poco una palabra tendrá sentido y relación en el idioma de cada uno.


El autobús hizo unos quince minutos hasta la favela Vidigal, ubicada en torno a Dois Irmãos. Una vez allí se debe tomar una combi o una moto, según el nivel de confianza y valentía que se tenga, hasta la entrada del parque. Una parte del grupo, íbamos unas veinte personas, se fue en motos y los demás en la combi. Yo me fui en esta última. Según Davi, excelente guía y persona, el precio del transporte para subir y bajar es de R $3.00, sin embargo, de ida nos cobraron R $5.00 y de regreso R $3.00 (poco más de $40.00 en total). Este fue mi primer encuentro, muy palpable por cierto, con las favelas. Aunque ese día ni siquiera lo percibí. Más adelante dedicaré un relato para contar acerca de este modo de vivir.


Una vez que la combi nos subió y que todo el grupo estuvo completo, comenzamos el ascenso. A pesar de ser un viaje a pie, con una duración aproximada de 40 minutos según el ritmo del grupo, no es complicado hacerlo. Si no se tiene experiencia o condición física adecuada puede que sea más pesado, pero no imposible. Toda persona lo puede realizar. El terreno en tramos es empinado y resbaladizo, pero en general es llevadero. Y es que la vista al llegar a la cima lo vale todo, es impresionante. De un lado se puede ver el mar de Ipanema y Copacabana, el Cristo de Corcovado y la laguna Rodrigo de Freitas, y del otro encontramos a, según Wikipedia, la tercera favela más grande de Brasil, Rocinha. Es un contraste muy interesante que después llegué a observar con más frecuencia. 





Estuvimos unos quince minutos en la cima, contemplando, tomando fotos, haciendo de este instante algo eterno. Después el descenso fue más sencillo, claro, con su grado de dificultad. Cuando bajábamos pudimos observar parte de la fauna típica del país. Los famosos macacos brasileños.


Una vez que llegamos a las faldas de la colina probé la comida callejera de Rio en un puesto bastante improvisado: los salgados de carne, una especie de paste mexicano pero más rectangular y alargado. Al comer un salgado se acostumbra tomar caldo de cana, bebida extraída directamente de la caña de azúcar durante el proceso de molienda. Todo delicioso. (Precio: R $3.00 cada salgado, unos quince pesos mexicanos).
Después regresamos a la escuela en un autobús que nos dejó sobre la playa de Ipanema -fue extraño pero este autobús cobró R $4.00, casi diez reales menos que el de ida; aún no entiendo por qué fue así- y volví a tomar el metro hacia el hostal.



*Tips de viaje: Recomiendo bastante hacer esta actividad, casi como una obligación. Sin embargo, es importante que se haga en grupo o con alguien local y que lo haya hecho antes, ya que para llegar a la entrada se debe atravesar una favela. (El tema de las favelas es delicado, algunos dicen que el conflicto ya está controlado, otros mencionan que sí es peligroso visitar alguna). Por tal motivo sería bueno hacer una búsqueda de quiénes y cómo ofrecen este servicio, y no aventurarse a ir solos.
Una de las cosas que se pueden hacer aquí, y que realmente me hubiese gustado hacer, es ver el amanecer. No sé exactamente su precio, pero recuerdo que costaba unos R $70.00 (poco más de $350.00 pesos mexicanos). Es caro, pero pienso vale la pena. Comparto el grupo Trilha Dois Irmãos como una opción o la misma escuela Casa do Caminho.

Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando Águas de Março, interpretada por Elis Regina. :D

jueves, 3 de septiembre de 2015

Flamengo y Botafogo a pie.

Día tres. Mayo 7.


El miedo continua ahí. Y pienso que tal vez nunca se irá. Hay personas más sociables que otras, yo no lo soy tanto, pero trato de que esto no me genere dificultades. Hoy hubo un pequeño avance, pude compartir algunas palabras con otros huéspedes, pero nada relevante, espero mañana tener mejor actitud.
Revisando mis notas descubrí que este día no escribí mucho. Fui muy conciso y breve. Por tal haré uso de mi memoria para enriquecer mi relato.
Caminé un resto. Mi recorrido inició en el mar. Por fin nos encontramos. Aunque no me impresionó. La primera playa que conocí, puesto que es la más cercana a Lapa, el barrio donde se encuentra el hostal, fue la playa de Flamengo. Es un lugar muy tranquilo, con poca gente. Esta playa está muy cerca al Aeropuerto Santos Dumont, el aeropuerto que actualmente enlaza a otras ciudades dentro de Brasil. Praia do Flamengo (vista en la fotografía de abajo) es una playa utilizada únicamente como lugar de esparcimiento, ya que sus aguas no son propias para el baño. Según Wikipedia, esta playa tiene 1.7 km., los cuales caminé hasta llegar a la playa contigua, Praia do Botafogo. Para llegar a esta playa a pie, se debe recorrer el parque do Flamengo, que cuenta con campos de fútbol y espacios para patinadores y ciclistas, y además presenta una increíble vista al Pão de Açúcar, una de las principales atracciones en Rio. Botafogo es una playa muy pequeña, en forma de media luna, y al parecer tampoco apta para el baño, porque no encontré a mucha gente en ella.



Crucé la avenida dos Naçoes Unidas para llegar al Centro Empresarial Rio, que está frente a la playa. El cruce peatonal me dio un poco de miedo. Se trata de un cruce subterraneo -ahora que lo pienso Rio no tiene puentes peatonales, nunca vi alguno-, para ciclistas y pedestres -peatones en español-. Sin embargo, no sabía si sería peligroso o qué encontraría. Afortunadamente no sucedió nada. (Tengo que abrir un paréntesis en mi relato y decir que Rio sí es una ciudad muy peligrosa, al menos así lo fui descubriendo. Se percibe una vibra extraña. Por ello mi nivel de paranoia y mi estado de alerta estaban en rojo. Trataba de que no se notara y me parece lo logré. Rio es una ciudad bien especial, con mucha oferta cultural y turística, pero desde mi punto de vista puede opacarse por esta situación). El Centro Empresarial sólo vino a reafirmar mi idea de que Rio no es Rio. Sin duda en este lugar no hay playa, pensé al estar ahí. Me senté un rato para descansar. Calculo que caminé unas cuatro horas más o menos hasta llegar a este punto.


Según mi guía amiga, el museo Carmen Miranda, dedicado a esta legendaria actriz y cantante porto-brasileña, estaba cerca de ahí y continuaba abierto, según el horario. Caminé unas cuantas cuadras, pregunté a una señora que me vio perdido, me indicó por dónde ir. Tenía que cruzar la calle. Faltaba poco. Finalmente vi un letrero y llegué. Pero no tuve suerte. Al parecer, porque no entendí mucho de lo que me dijeron los guardias de la entrada, el museo está cerrado por el momento. Y la verdad es que el edificio y el predio se veían descuidados. Quizá se encuentra en remodelación. (Buscando en la red descubrí que lo están reubicando a otra zona de Rio).
Repensé la ruta y decidí dirigirme a un espacio cultural que, aunque no esperaba mucho, me gustó bastante. Oi Futuro (Flamengo), un museo que, si tuviera que comparar, sería el Centro Cultural de España en México (CCEMX). Encontré dentro el Museu das Telecomunicações y una exposición bien buena, Eija-Liisa Ahtila, donde descubrí a esta artista contemporánea finlandesa que en verdad hay que seguir. Me gustaron mucho sus instalaciones audiovisuales, en especial Horizontal, la grabación de un árbol muy alto y el movimiento de sus ramas. Lo interesante es que el árbol está presentado, a través de unos seis proyectores, en una habitación lo bastante grande para verlo en su totalidad; sin embargo, gracias a su dimensión, el árbol se ve de manera horizontal, como si éste estuviera caído. Fue relajante. Estuve bastante tiempo en este lugar.


Después caminé sin rumbo fijo y llegué al Museu da República y a sus grandes jardines. No pude entrar ni a este ni al Museu de Folclore Edison Carneiro, ubicados en el mismo predio, ya que se estaba oscureciendo y aún estaba lejos de casa. Su jardín es impresionante y tiene estas palmeras que me enamoraron. La palmera de la que escribo es la conocida como Palmera Imperial, que alcanza alturas de hasta 40 m. En muchos lugares de Rio, y de Brasil en general, se pueden contemplar.


Finalmente, mi tercer día concluyó en otro de los puntos turísticos más visitados: Escadaria Selarón o la escalera de Santa Tereza, ya que conecta a este barrio, Santa Teresa, con Lapa. La escadaria -escalera en español- tiene una decoración a base de mosaicos hechos por el pintor chileno Jorge Selarón. (Recién me entero, al hacer un poco de investigación sobre este artista, que en 2013 fue encontrado muerto justo en los últimos escalones de esta escalinata, y se presume se suicidó quemándose, ya que se encontró junto a su cuerpo un solvente y un encendedor). Según internet, la escalera cuenta con 215 peldaños (los subí todos y salí bien librado), todos revestidos con piezas de cerámica que contienen dibujos o pensamientos de diferentes contenidos. Necesitaríamos todo un día para observar la obra completa. A la hora que llegué, a eso de las 17:30 hrs. aproximadamente, aún con luz, había mucha gente tomándose fotografías y buscando detalles en los mosaicos, recuerdo que también había vendedores de artesanías. Pero la verdad no recomiendo visitar este lugar más noche, pese a que tiene buena iluminación, y mucho menos si se va solo. No es una zona muy segura.
En general fue un buenísimo día. Rio es sorprendente.



*Tips de viaje: Después de que realicé la caminata entre Flamengo y Botafogo me enteré de que no es un lugar muy seguro y más porque no es muy visitado entre semana. Recomiendo estar muy atento en todo momento. Oi Futuro tiene entrada libre todos los días y vale la pena ir; el edificio tiene una terraza con una vista interesante, que invita a pasar un rato ahí; también hay una cafetería. Como mencioné no pude visitar el Museu da República, ni el Museu de Folclore, pero creo que recorrer sus jardines debería ser un punto obligado. La Escadaria Selarón es imperdible y además es gratis, podría decir que este lugar tiene toda la vibra carioca que Rio puede brindar.

Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando O Sapo, interpretada por João Gilberto. :D

miércoles, 26 de agosto de 2015

Rio no es Rio.

Día dos. Mayo 6.


Me adapto. Todo se trata de perder el miedo. Me decía, ya estoy aquí, ese fue el paso más difícil, ahora se trata de conocer, de socializar, de evitar pensar en qué va a pensar el otro de mí, de hablar en un inglés-portugués-español muy malo pero hablar. Justo me encuentro en la sala común del hostal junto con otras siete personas y no me atrevo a iniciar una conversación. Todos es sus celulares o viendo la televisión, tampoco es que ellos intenten iniciar una plática. Siento que no encajo. Claro que si alguien se acerca y me pregunta algo no correré a mi habitación. Trataré de que el miedo no me controle.
Mi día fue increíble. Rio es una ciudad que me sorprende cada vez. Pero llegué a la conclusión de que he vivido engañado. Sé que hay mar porque lo he visto en fotografías y películas, también lo sé porque lo vi cuando aterricé un día antes, pero aún no lo he visto en vivo. De no ser por estas certezas no pensaría que fuera una ciudad con playa y mar; sin estas imágenes en mi cabeza, lo único que podría indicar la condición de playa sería la humedad que se percibe. Según me dijeron, el calor es agradable en esta temporada, porque en diciembre y enero, en pleno verano, es desquiciante.
Hoy fui al centro histórico de Rio y lo vuelvo a escribir, no veo ambiente playero por ningún lado. Recordar que es miércoles y los cariocas están en plena semana laboral. Todo es muy cosmopolita, muy citadino. La gente no anda en shorts, con sandalias y playeras. Visten ropa fresca pero nada de playa. También mucha gente viste de traje, de forma muy ejecutiva. La arquitectura de esta zona tiene algo de Cuba, ciudad que aún no visito pero que así la imagino: colonial. Aunque también es ecléctica. La avenida Rio Branco, que tuve la oportunidad de ver desde el autobús el día que llegué, presenta edificios modernos pero con estos detalles clásicocoloniales -si es que esto es posible.
El centro es un lugar bien bonito, me gustó bastante. En cada calle algo por visitar y conocer. Iglesias, iglesias, algunos murales urbanos en los muros, más iglesias, edificios históricos, edificios modernos. Visité la Biblioteca Nacional, linda por dentro y por fuera; el Museu Nacional de las Belas Artes, que no me encantó arquitectonicamente, pero encontré una exposición interesante de arte contemporáneo -Apreensões e Objetos do desejo: obras doadas pela Receita Federal ao MNBA-, con piezas de artistas como Anish Kapoor y Antony Gormley, y su colección permanente de pintura brasileira, decir que en este espacio descubrí a un pintor brasileño que se ha convertido en mis favoritos por su técnica y obras, Almeida Júnior (una foto abajo muestra su pintura Fuga para o Egito); y el Paço Imperial que es hermoso, actualmente un centro cultural pero construido como residencia para el rey de Portugal cuando llegó a Brasil en el siglo XVIII. A decir verdad mi visita fue un poco superficial, me di el tiempo de ver, caminar, recorrer, pero, aunque todo está muy cerca y se puede hacer una ruta a pie muy accesible, hay mucho por ver y el tiempo vuela, además pretendía regresar antes de las seis de la tarde, que era cuando oscurecía.





Revisando mis notas de viaje anoté una cosa que ahora me da risa, pero en su momento me causó nostalgia. Cada que encontraba la palabra saída -salida en español-, recordaba a mi sobrina en México, porque meses antes de llegar a Brasil ella jugaba conmigo y me hacía preguntas sobre cómo se decía tal o cual palabra en portugués, y la palabra que siempre me preguntaba, ella segura de la traducción, era salida. Ahora pienso que fue la palabra que más veces leí en todo el viaje. Siempre me sacaba una sonrisa.
Olvidé comentar que inicié el día tomando un baño, el calor en la noche fue insoportable. Desayuné papaya -mamão en portugués-, leche y pan de caja con mantequilla y mermelada de zarzamora, prácticamente este fue mi desayuno por cerca de 21 días y me acostumbré, al menos no quedé harto. El café da manhã -desayuno en español- se servía desde las ocho hasta las diez treinta, si no me equivoco. Terminé y me alisté para emprender mi día. Determiné la ruta a seguir y la hice con ayuda de la que fue mi amiga y salvadora por todo este viaje, la guía Brazil de Lonely Planet. Uno de sus contenidos es el City Walk, que realicé pasando por el Theatro Municipal, la Confeitaria Colombo y la Travessa do Comércio. Si bien estás guías tienen datos y elementos muy generales, son de gran utilidad y referencia. Sin ella me hubiera perdido la mayoría del tiempo.
Después de tanto caminar, porque todo ese día fue a pie, decidí comer. Busqué en la guía, que además de tener mapas y hablar de los espacios turísticos, presenta un apartado de dónde comer, incluso lo divide en lugares baratos y caros. Según yo el restaurante que elegí era de los accesibles y además quedaba cerca de donde me encontraba. El lugar: Cais do Oriente. Ambiente agradable, con un área abierta con luz natural, que fue donde comí, y el área cerrada con el bar a un lado. Muy recomendable. Fue mi primer y, esperaba en esos momentos, único lujo por los próximos veinte días. La comida muy rica. Probé ratatouille, que no sabe mal sólo que mis expectativas eran altas, generadas por la película animada del mismo nombre. En total fueron unos R $60.00, algo así como $300.00 pesos mexicanos. De verdad un lujo. Al pagar contemplé los billetes que traía; no me había dado la oportunidad de observarlos. Los hay de dos, cinco, diez, veinte, cincuenta y cien reales (estos últimos raros de encontrar por cierto), y son muy bonitos, tienen diferentes animales representativos del país.
Finalmente, al comenzar a oscurecer, me dirigí al que hasta ese momento se convirtió en mi lugar favorito en el mundo. Quizá exagere, pero quedé anonadado y no quería salir de allí. El Real Gabinete Português de Leitura. Es HERMOSO con mayúsculas. Es una biblioteca que cuenta con un acervo histórico importante y es la biblioteca que todo lector quisiera visitar o tener en su casa. Su arquitectura es apabullante. Es un lugar memorable, fabuloso, todos los adjetivos que transmitan un sentimiento de belleza y magnanimidad lo calificarían perfecto. En verdad quedé mudo.
Después regresé al hostal, según mis notas más o menos a las 18:30 hrs. Busqué a Felipe, el gerente y dueño del hostal, pero nuevamente no pude presentarme con él. Al final comencé a planear el día siguiente.



*Tips de viaje: La Biblioteca Nacional tiene entrada libre todos los días, sólo se necesita mostrar una identificación, en específico el pasaporte para extranjeros. El Museu Nacional de las Belas Artes tiene un costo de R $8.00 ($40.00 aproximadamente), pero recomiendo visitarlo en domingo, ese día no cobran la entrada. El Paço Imperial también es gratis.
El Real Gabinete Português de Leitura es visita obligada para los amantes del mundo literario y las bibliotecas, y de todo aquel que vaya a Rio de Janeiro. No hay excusa, es entrada libre.

Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando Samba de Orly, interpretada por Bebel Gilberto. (¡Amo esa canción!) :D

viernes, 14 de agosto de 2015

Bem-vindos!

Día uno. Mayo 5.


La verdad tenía mucha fe en este día. Mi calvario comenzó unos diez días antes. Desde el 23 de abril intenté comenzar mi aventura hacia Brasil y nada que podía. Pero ese día fue diferente. Todo apuntaba para que la respuesta fuera positiva y me asignaran un lugar en el avión: martes, un día de la semana en el que nadie viaja, y además la temporada alta o vacacional ya había terminado. Sin embargo, no fue hasta que llegué a Rio de Janeiro que todo se volvió real; bueno no, creo que fue antes.
El vuelo salió el cinco de mayo pasado aproximadamente a las 00:45 horas. Mientras esperaba en la sala me solté a llorar. Un llanto de miedo, de ansiedad, de comenzar algo nuevo. Contesté mensajes, escribí adiós muchas veces, leía y releía las despedidas que algunas personas me escribían. Lloraba y lloraba. De pronto pensé que minutos antes mis padres me habían abrazado y besado por última vez quién sabe por cuánto tiempo, porque hasta ese momento no tenía certeza de cuándo volvería. No hubo llanto en ese instante, era más la emoción. Y entonces me dí cuenta que ésto ya había iniciado. Era yo contra el mundo.
El viaje no fue del todo malo. Viajé con Aeromexico y el servicio en general fue bueno. Cena y desayuno para no morir de hambre, personal atento, trayecto tranquilo, creo sin turbulencias. Pero lo mejor, a lo que llamé mi recompensa por esas horas de desvelo y nerviosismo acumulado, poder acostarme sobre los tres asientos de la fila -ya que el vuelo iba casi vacío y no tuve compañeros a mi lado-. Dormí la mayoría del tiempo. Tuve molestias estomacales controlables, relacionadas, creo yo, con el mar de emociones que tenía y que seguirían después.
El aeropuerto internacional de Rio, Aeropuerto Internacional de Galeão, no tiene nada de extraordinario -extraño, pero las grandes ciudades de Brasil tienen dos o más aeropuertos, uno para vuelos internacionales y el otro o los otros, para vuelos nacionales o para aviones de pequeñas dimensiones-. Lo hallé feo y sin chiste, tal vez se deba a que lo están remodelando para las olimpiadas del próximo año. He escuchado a mucha gente decir que los aeropuertos son feos; no estoy de acuerdo con esa opinión, pero éste sí me lo pareció. No tuve problemas con migración y el proceso fue rápido. Tomé un ônibus que me llevó al centro de la ciudad (R $15.00. La moneda de Brasil es el real y equivale, más o menos, a $5.50, pesos mexicanos). El aeropuerto está algo lejos de la zona turística, el trayecto duró unos 40 minutos. El tránsito es infernal.
A primera vista, desde la ventana del autobús, Rio me pareció una ciudad bohemia. Pero también percibí un aire de crisis, la noté desordenada, aunque qué ciudad no lo es. Recordé ciertos paisajes urbanos que he visto en la ciudad de México donde los techos de las casas se ven coloreados de blancos asbesto y negros rotoplas, tinacos viejos y nuevos. En Rio el color es el azul, el azul Fortlev (empresa brasileña de tinacos). Lo poco que vi me agradó.
El autobús recorrió la avenida Rio Branco, donde bajé a la altura del metrô Cinelândia. Días antes había revisado en internet qué camino seguir una vez que estuviera en el centro, pero una cosa es ver el mapa en google y otra muy diferente ver las calles en vivo y por primera vez. Sabía que me encontraba cerca del hostal donde viviría por 22 días, y conocía la dirección que tendría que tomar, pero no sabía para dónde moverme. Mi referencia eran los Arcos da Lapa (se pueden observar en la fotografía de arriba), pero no los veía por ningún lado. Fue cuando decidí preguntar a alguien. En una esquina encontré una escuela de música y a un guardia en la entrada. Pregunté en español por la calle: Rua Francisco Muratori. Creo que me entendió un poco y él a su vez le preguntó a otra persona. Hablaron entre ellos y me dieron las indicaciones. Entonces pensé, Dios mío, el portugués es más difícil de lo que creía. Recuerdo que en el avión escuché algunas conversaciones pero fue en esa situación que me topé con pared.
Caminé un poco más y llegué a una estación de información turística. Pregunté a un señor que estaba ahí y me dijo exactamente cómo llegar, todo en inglés, y no fue nada difícil. Alrededor de las 16:00 horas llegué a lo que fue mi hogar durante tres semanas: el mejor hostal de Rio, Books Hostel. Pregunté por Felipe Barbosa, la persona con quien me contacté desde México para poder trabajar con ellos en el hostal, pero no estaba, regresaría hasta el siguiente día. Me atendió un chico buenísima onda, que días después supe que se llamaba Ben. Me llevó hasta la habitación donde me quedaría, un cuarto con tres literas, pero que hasta ese momento sólo cuatro personas ocupaban. Mi litera sería la del final, del lado derecho en la parte de arriba. Me mostró el hostal de forma general, lo necesario para familiarizarme con el lugar. Me instalé y bajé a la terraza/bar -mi habitación se encontraba en el segundo piso-. Pedí la contraseña del Wi-Fi y me contacté con algunas personas de México y con Félix Luna, un artista y amigo mexicano que ahora está viviendo en Rio.
Aproximadamente a las siete de la noche salí a caminar un poco. Me sorprendí de lo pronto que se oculta el sol, aunque después pensé que era normal, el horario de invierno estaba en ese momento -cuando es primavera en México o en los países de la parte superior del ecuador, en Brasil y en los países de la parte inferior es otoño-. Mi caminata duró unos cuarenta minutos y fue más una exploración. Me sentí un tanto seguro, siendo un pseudo carioca -así se les llama a las personas originarias de Rio de Janeiro-, pero también tenía algo de temor. Antes de llegar a Brasil escuché tantas cosas de Rio, y una de ellas fue que era una ciudad altamente peligrosa; tenía que estar alerta, no quería comenzar mal el viaje. Aunque también pensaba que la gente a veces puede ser muy alarmista.
Llegué a los arcos nuevamente, ahora vistos con luces artificiales y el ambiente nocturno: en la gran plaza encontré a un grupo de personas que tocaban tambores y otros instrumentos musicales. Se escuchaba, en definitiva, un ritmo brasileño, pero no sabría decir cuál, sonaba como si fuera capoeira. Los Arcos da Lapa fungían como un acueducto que abastecía a la ciudad en la época colonial. Según Wikipedia, están integrados por 42 arcos y conecta, a través de un tranvía eléctrico (bondinho), a Lapa con Santa Teresa, dos barrios muy pintorescos y populares en Rio. Es un lugar bonito e imprescindible en una visita turística, sin embargo, los encontré descuidados y la zona desolada, aunque después descubrí que no era el mejor día de la semana para recorrerla.
La gente que veía en la calle me pareció una mezcla cultural interesante pero extraña a la vez, que sin duda le da identidad a la ciudad. Es una identidad multicultural, donde las pieles negras y blancas se mixturan. Paseando comencé a tener hambre, pero estaba indeciso entre comer o no. Al final decidí no hacerlo y creo que mi estomago lo agradeció, continuaba acostumbrándose a esa experiencia.
Regresé al hostal decidido a tomar un baño y a dormir. Y así lo hice.


Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando Let Me Take You To Rio del soundtrack de la película Rio, interpretada por Ester Dean y Carlinhos Brown. :D