martes, 15 de marzo de 2016

"Prohibidas las escenas amorosas en este local". Bienvenidos a Costa Rica.

Día uno. Marzo 4.


Cinco de la mañana, la alarma sonó muy puntual. Y cuando digo 'muy puntual' no lo hago de manera incongruente, sino que la escuché desde el primer sonido que emitió. No sé si les ha pasado, pero yo siempre, un día antes del viaje, me pongo muy nervioso y en la noche no puedo conciliar el sueño. Tengo mil cosas en la cabeza que no hay cabida para ese estado. Por tanto dormí como tres horas.
Me bañé, me cambié y alisté las cosas que me faltaban colocar en la maleta. Desayuné en menos de cinco minutos. A las seis y media ya estaba en el auto con mi papá en camino al aeropuerto de la ciudad de México. Esperaba no haber olvidado nada, aunque siempre persiste la sensación de que algo falta.
Llegué una hora después y mi amiga Fabritzia, mi compañera en este viaje, ya me esperaba. Nos quedamos de ver en la puerta cuatro, donde está Interjet, la aerolínea que elegimos para este viaje. Preguntamos y nos dijeron que ahí no era el lugar, teníamos que subir al primer piso y dirigirnos al área internacional de Interjet. Hicimos el check-in muy rápido y documentamos el equipaje. Mi maleta pesó poco más de once kilos, casi nada.
Ahora sólo quedaba cambiar el dinero. Días antes había ido al aeropuerto con la intención de cambiar pesos mexicanos a colones, la moneda oficial de Costa Rica. Sin embargo, tuve poca suerte, sólo dos casas de cambio de unas veinte que visité tenían la moneda. En una de ellas me comentaron que sería poco probable que encontrara colones, ya que no les conviene tenerlos por lo pequeño del cambio. Un colón costarricense equivale a cuatro centavos mexicanos. ¡Nada!
Todo parecía indicar que tendría que cambiar pesos a dólares y después, una vez llegando a Costa Rica, cambiar a colones. Y así fue. (También es posible pagar directamente con dólares, sin embargo, investigando y leyendo en blogs de viajes, no recomendaban hacerlo porque muchas veces a los turistas que pagan con la moneda estadounidense les aumentan los precios).
Cambié aproximadamente siete mil quinientos pesos, es decir poco más de 350 dólares. Y no sabía qué esperar. No sabía si me alcanzaría para mi estancia de seis días en aquel país centroamericano. Sólo sabía, por personas que ya habían viajado antes, que todo era muy caro, y en mi interior imploraba que hubieran exagerado o que no fuera tanto.
El avión salió antes del horario previsto: 9:45 a.m. Y el trayecto duró poco más de dos horas. Llegamos al aeropuerto de San José, la capital costarricense, pasadas las doce del día. Aún no lo sabía pero no hay diferencia de horario con México. El vuelo fue tranquilo, sin contratiempos ni turbulencia. Nos ofrecieron diferentes bebidas y unas galletas. Pasamos el rato leyendo, platicando y jugando mankala. Perdí cuarenta pesos en menos de una hora. Fabritzia aprendió a jugar demasiado rápido.


El aeropuerto internacional Juan Santamaría es pequeño y el área de llegadas no es muy linda. Esperamos unos treinta minutos en lo que recogimos nuestro equipaje. Cambiamos los dólares a colones y nos dispusimos a salir de ahí. Quedé un poco impresionado con la poca seguridad que hubo al momento de sacar el equipaje del aeropuerto. Obviamente antes de salir el equipaje pasa por la cabina de rayos X, pero nadie cotejó si verdaderamente la maleta que llevaba conmigo coincidía con el código de registro. Sólo había una persona atendiendo y la verdad era insuficiente.
Saliendo del aeropuerto hay una parada de autobús donde, según nos dijeron, podríamos tomar el que nos llevaría al centro de San José. 'No hay pierde, el bus es rojo con negro y son de la compañía TUASA'. Fácil. La realidad fue que, a pesar de que muchos camiones con las características mencionadas decían San José, la mayoría no iba para allá. Cosa rara. Y lo peor, nadie sabía cuál era el camión indicado. Un autobús se puso frente a nosotros con la pinta de ser el adecuado y decidimos subir a preguntar. El chofer se arrancó pero no fue el correcto. Le pedimos bajar y nos dijo que aún así teníamos que pagar la tarifa de quinientos cuarenta colones (unos $22 pesos mexicanos) cada uno. Me sentí robado. Después me enteré que los autobuses en Costa Rica tienen unos sensores que controlan la entrada y salida del pasaje.
Un chico tico -gentilicio coloquial que se usa como sinónimo de costarricense- nos abordó y nos invitó a tomar un taxi, le dijimos que no pero él insistió. Ni siquiera han preguntado cuánto les costaría, nos dijo. Pero no estábamos interesados. 'Sólo serían quince dólares por los dos'. ¿Sólo? pensé, No gracias. En verdad quiso ayudarnos y nos dijo qué camión era el nuestro. En menos de cinco minutos ya íbamos rumbo al centro.
Lo que vimos no nos sorprendió. Encontramos un San José desordenado y con poco atractivo; más tarde lo confirmaríamos. Creo que lo más interesante del recorrido fue observar que dentro del autobús las agarraderas colgantes tienen escritas diferentes frases, como para que la gente no se aburra. Yo creo que la gente ya hasta se las sabe de memoria. Otra cosa interesante fue el hospital México, que sin saber en ese momento qué hospital era, nos pareció el Tlatelolco de San José. Su arquitectura es similar a este complejo habitacional en México: deprimente e icónico a la vez.
El bus tomó la Avenida Central y justo donde viró -en Costa Rica utilizan el verbo virar en vez de girar o tomar-, del lado derecho encontramos el Museo de Arte Costarricense, el cual no pude visitar pero me pareció, por fuera, el más interesante de los que vi, que tampoco fueron muchos. Nos fuimos familiarizando con la ciudad a lo largo de esa avenida. Al llegar a la terminal, ya en la zona centro, preguntamos por los camiones que van a San Pedro. Nuevamente nos encontramos con que nadie sabía muy bien y los que sabían, sólo sabían a medias. Preguntamos a muchas personas y siempre nos indicaban con esa forma característica que tienen: 'Subís 200 metros al sur y luego al oeste otros 200 o 300 metros'. Algo como eso. Yo sólo podía recordar mis lecciones de los puntos cardinales en la primaria, donde nos sacaban al patio y nos hacían buscar el sol y orientarnos. Ahora entiendo su importancia y creo que no pasé muy bien esa clase.
Durante el viaje a pie hasta el encuentro con el autobús que nos llevaría a Casa Yoses, nuestro hostal por esa noche, paramos para tomar algunas fotos y en un restaurante nos encontramos con un cartel muy singular que decía algo como "en este establecimiento quedan estrictamente prohibidas las escenas de amor". Creo que los ticos son muy cachondos y no tienen control de sí mismos. Qué risa nos dio. Nunca había visto una advertencia parecida.
Caminamos unos quince minutos hasta que pudimos dar con la parada correcta. Subimos al camión y le pedimos al chofer si nos podría avisar donde apear -otra palabra que los costarricenses utilizan y que es muy bonita-. Cuando esperábamos a que el bus arrancara, sucedió algo bien extraño. Contextualizo: tengo una conocida que es de Costa Rica y la cual contacté días antes para que me diera algunas recomendaciones. Ella vive en Santiago, en Chile, o al menos eso creía, pero me comentó que ahora estaba unos días en San José. Pensé sería excelente vernos, pero no le sería posible porque ya tenía un fin de semana muy ocupado. No pasa nada, de todos modos agradecí todos sus consejos. Aquí viene lo extraño, eso que a veces solemos llamar destino. Ella, Grettel es su nombre, abordó el mismo autobús que nosotros. No hubo contacto visual ya que se sentó unos lugares adelante y realmente no hubo oportunidad de acercarme. Más tarde le escribiría y le diría que abordamos el mismo autobús. Pero eso no quedó ahí. Cuando el chofer nos avisó que nuestra parada era la siguiente, nos alistamos para bajar y ella lo hizo también. El destino nos unió de una forma bien interesante, no había duda. Ya en la calle me acerqué y le hablé, casi lloro en ese momento. Fue una grata sorpresa y pudimos compartir unos minutos. Nos ayudó a localizar nuestra dirección. Nos despedimos y nos deseó una buena estadía en su país.
Alrededor de las cuatro de la tarde llegamos al hostal, un lugar muy lindo en una zona también linda. Nos recibió una chica de nombre Fe, creo que era de Alemania. Pagamos lo que se debía de la reservación y nos dio un tour por todo el lugar (la habitación en la que nos quedamos fue privada con baño compartido y pagamos 11000 colones cada quien, algo así como $440 pesos mexicanos). Finalmente llegamos a nuestro cuarto y descansamos un momento. Después nos alistamos para salir a conocer y también para comprar el boleto del camión que nos llevaría a nuestro siguiente destino. Le preguntamos a Fe cómo llegar a la terminal de Quepos/Manuel Antonio para comprar el tiquete -modismo costarricense sinónimo de boleto-. Entendimos la explicación pero llegar ahí no fue tan sencillo.
Mientras encontrábamos la terminal, pudimos conocer un poco más de San José. Y no nos encantó. Cada que veíamos algo nos quedábamos con una no muy buena sensación. Sin embargo, no perdíamos la esperanza y decidíamos darle otra oportunidad para que nos maravillara. Pero creo eso nunca sucedió. Personalmente pienso que San José es la mezcla de muchos elementos arquitectónicos y urbanos de épocas pasadas, pero que no se han actualizado, es decir, se ve viejo y sin encanto. Tal vez faltó recorrer la ciudad un poco más, pero la primera impresión no fue la mejor. Y en la gente tampoco vimos rasgos característicos. Encontramos personas de todas las tonalidades de piel, pero sin ningún parecido entre ellas.







Después de caminar un buen rato y tomar fotos de los puntos que llamaban nuestra atención, decidimos ir a comer algo. La caminata fue muy larga. Nos pareció extraño, pero no encontramos muchos restaurantes o sodas -lo que se traduciría como fondas o cocinas económicas en México- cerca. Fue toda una odisea encontrar un lugar. Al final dimos con el restaurante Nuestra Tierra, que está muy cerca del Museo Nacional de Costa Rica. Nuestra hambre era tal que más tardamos en llegar ahí que en terminar nuestros platillos. Yo pedí una Olla de Carne, que es caldo de carne de cerdo con verduras -parecido a un mole de olla mexicano-, y tomé una limonada con hierbabuena. Todo delicioso. Fabritzia pidió un Chifrijo, que es una rica combinación de frijoles, arroz, chicharrón y pico de gallo, acompañado con totopos -la base de la cocina costarricense es el arroz y los frijoles-. Entre los dos comimos un tamal de elote que nos gustó pero que no le pide nada a los tamales mexicanos. Ya nos sentíamos desfallecer si no comíamos algo pronto y quedamos muy satisfechos. (Pagué 7190 colones, $290 pesos mexicanos aproximadamente. Sentimos que había sido caro).
Al finalizar el día fuimos a visitar a Sandra, una amiga mexicana que ya lleva medio año viviendo en Costa Rica con su esposo y su hija. Ellos viven en Santa Ana, una zona de San José un tanto adinerada, pero al mismo tiempo desapartada de la ciudad. Como ya era tarde y tomar el autobús hasta allá era casi imposible, la opción fue tomar taxi. Creo que ha sido el viaje en taxi más caro que he hecho en toda mi vida. Santa Ana está a unos veinte minutos del centro de San José y el taximetro -la María en Costa Rica- marcó 11900 colones, es decir $476 pesos mexicanos.
En el camino pasamos a un lado del Estadio Nacional y el taxista nos comentó que antes ahí estaba el aeropuerto de San José. El estadio fue 'un regalo de los chinos', y sin duda me hubiese gustado visitarlo. Llegamos a casa de nuestra amiga y nos encantó volver a verla. Nos presentó a su esposo y de inmediato nos ofreció una cerveza Imperial, la cerveza de Costa Rica. La platica básicamente consistió en hablar mal de San José, del itinerario que deberíamos seguir y del futuro. Podría resumir, según lo que escuché esa noche, que Costa Rica es un país sumamente seguro, con un concepto de violencia totalmente diferente al que tenemos en México; un paraíso en cuestiones naturales pero muy pobre en cuestiones gastronómicas; y en extremo caro pero con una calidad de vida sin igual. Y durante el viaje lo pudimos corroborar. Me encantó volver a estar con ella, fue una noche muy agradable.
El regreso lo hicimos nuevamente en taxi y costó lo mismo que el de ida, una fortuna. Pasamos por una calle donde había un bar atiborrado, y el taxista nos comentó que era uno de los lugares más concurridos para salir en la noche, la verdad no recuerdo el nombre. Será en otra visita el poder conocerlo. Regresamos al hostal ya cansados pero muy entusiasmados por iniciar el nuevo día. Nos alistamos para dormir y caímos rendidos.



*Tips de viaje: Seguro San José tiene mucho que ofrecer pero yo no recomendaría quedarse ahí más de dos días. El centro de la capital tiene muchas cosas cerca, por tanto las distancias a pie son cortas. (El sitio oficial de turismo de Costa Rica propone tres caminatas por San José; valdrá la pena hacerlas). Cargar con un mapa o incluso con una brújula puede ser de ayuda, ya que como mencioné anteriormente, es muy común utilizar los cuatro puntos cardinales.
Mis edificios favoritos: el Teatro Nacional, la Catedral Metropolitana, la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad y el Edificio de la Caja Costarricense de Seguro Social.
Los autobuses, según nos dijeron, son muy seguros en el transcurso del día, pero en la noche ya no son recomendables. Los taxis son, desde mi perspectiva, el plan B: a menos que sea necesario utilícenlos, son seguros pero son muy caros.
Leyendo en blogs de viajes es inteligente gastar 60 dólares diarios en un viaje de no más de diez días (a menos que se lleve un presupuesto bastante suelto). El primer día gasté aproximadamente 86 dólares. Me asusté mucho, pero pude comprobar que a veces los 60 dólares son insuficientes. Recomiendo tener un control de gastos, anotando cada cosa que se compre.

Este primer día no fue nada musical, pero caminando en el Parque Central encontramos a un grupo de chavos bailando la canción Work de Rihanna. Puedes acompañar el texto escuchándola. :D