lunes, 19 de octubre de 2015

¡Tapioca, açaí y caipirinhas!

Día cinco-seis. Mayo 9 y 10.


La madrugada de este día fue muy mala. Mis compañeros de cuarto, tres chicos franceses, regresaron de la fiesta como a las tres de la mañana y llegaron aún con mucha actitud. Estuvieron platicando, a grito suelto, mucho tiempo y con la luz encendida. Para los que se han hospedado antes en un hostal, sabrán que el nivel de tolerancia crece exponencialmente. En general se comparte todo. En Books Hostel, mi hogar en Rio por tres semanas, a partir de la media noche no tiene que haber ruido. En ese momento, cada quien es libre de salir y divertirse en otro lado. Sin embargo, ellos no respetaron esa regla y lo peor, no respetaron a los demás en el cuarto (desafortunadamente era yo el único). Todo hubiera sido más entretenido de haber comprendido lo que platicaban, pero no entiendo francés. Dormí a ratos. Por fin volví a conciliar el sueño como a las seis de la mañana. Dos horas y media después sonó el despertador.
Desayuné en el hostal y decidí que ya era momento de comenzar el proyecto laboral que desarrollaría ahí. Antes los pondré en contexto. Cuando planeaba mi viaje, platiqué con una amiga sobre él y ella me recomendó buscar un programa del cual me he ido enamorando y que sin esa oportunidad creo que no hubiera podido viajar y conocer mucho de Brasil. El nombre de este proyecto es Worldpackers. Básicamente el viajero crea un perfil dentro de su página, se hace una búsqueda de los hostales que pertenecen a la comunidad en la ciudad que se visitará, cada hostal ofrece hospedaje e incluso alimentación (algunos hasta servicio de lavandería) a cambio de las habilidades del viajero. Entonces, si el hostal busca a un fotógrafo y el viajero cuenta con una cámara y además tiene conocimientos sobre ello, éste se puede postular y tener más suerte de encontrar una oportunidad. En verdad es increíble. La inscripción a este programa tiene un costo de 50 dólares por viaje, lo cual me pareció difícil de costear y de primera instancia, ridículo (después pude descubrir el por qué de esa cuota; en otra entrada hablaré de ello).

Books Hostel. Fotografía tomada de la página de Worldpackers.

Ya que me sería imposible pagar el dinero que se pedía para ponerme en contacto con el hostal, determiné hacer el contacto directo. Usé a Worldpackers únicamente como fuente de información. Envié un correo electrónico a Books Hostel solicitando la oportunidad de trabajar por alojamiento y la respuesta fue casi inmediata. En unos tres o cuatro correos, en los cuales me presenté y conté un poco mi historia de viaje y mis aptitudes, ya nos habíamos puesto de acuerdo. En un principio me dio miedo, ¿será verdad o sólo es una treta o algo por el estilo? Pero muchos elementos me decían que tenía que creer.
Yo apoyaría al hostal en un proyecto que tuviera que ver con diseño, el área que conozco más, y el periodo de trabajo sería de tres semanas. Una vez que llegué a Rio y me entrevisté con Felipe, el dueño del hostal, me explico en qué cosas podría contribuir. Pero ninguna de ellas me atrajo. Además, quería hacer algo que pudiera terminar en menos de veinte días y con bajo presupuesto. Comencé un plan para rediseñar un muro donde colocan fotos e información, como un tipo periódico mural. Pero me quedé estancado toda la mañana. No estaba convencido. Felipe me comentó que podría diseñar algún tipo de accesorio o mobiliario para la cocina. Pero definitivamente me llevaría más de tres semanas. Quedé sin saber qué hacer.
Mandé un mensaje a Félix Luna, un amigo mexicano que actualmente se encuentra en Rio y que en ese momento llevaba un mes. Nos pusimos de acuerdo para comer juntos. Quedamos a las 15:30 hrs. afuera del metrô Largo do Machado, donde hay una plaza del mismo nombre. Antes de llegar con él me dirigí al centro a pie y visité dos lugares. Uno fue el Centro Cultural Banco do Brasil (CCBB), ahí entré a la exposición Bracher - Pintura e permanência, del pintor brasileño Carlos Bracher, no me encantó su trabajo. El otro lugar fue Casa França-Brasil -antigua plaza de comercio-, muy bonito edificio por dentro y por fuera, y la exposición que encontré me gustó bastante. El artista brasileño Rodrigo Braga (ya artista favorito) presentó Tombo, una instalación con troncos de palmeras imperiales muertas que contrastaban con las columnas neoclásicas del espacio. Después, investigando más de su obra supe que le atrae la idea de trabajar con la naturaleza. Fue una exposición muy interesante y un lugar que recomiendo totalmente.





La hora de la cita se aproximaba y fui al encuentro. Para llegar ahí usé el metro en la estación Uruguaiana, la cual nunca había visitado. Bajé en Largo do Machado, cinco estaciones hasta ahí. Me dio mucho gusto volverlo a ver. Nos actualizamos un poco y nos dirigimos a comer. Me llevó a un puesto callejero, no recuerdo el nombre de la calle, pero muy cerca de donde nos vimos. En este puesto vendían tapiocas, las mejores según me dijo: una especie de masa doblada con queso adentro, o coco, o plátano, o mantequilla. Ahí fue la primera vez que la probé, aunque no quedé encantado. Siempre digo que mi primer pensamiento al probarla fue que estaba cruda. Después supe que la tapioca es como si fuera una quesadilla hecha a base de farinha de mandioca -harina de mandioca o yuca en español- (la mandioca es un tubérculo) y para el relleno funciona lo que se tenga a la mano: queso, jamón, mermelada de fresa, cajeta, lo que sea combina bien ya que la harina no tiene un sabor específico. Según mis notas escribí sobre ella: "me gustó pero no es una delicia". Creo que en ese momento la valoré mal, porque después se convertiría en mi pan de cada día, y no me cansé de comerlo. La tapioca fue acompañada con una cerveza (el precio por todo fueron unos R $10.00). Quedé muy sorprendido de saber que en Brasil está permitido beber en la vía pública. En México no es así; sí, hay lugares en donde la gente toma cerveza preparada en plazas o lugares concurridos, pero según yo es delito. Lo sé porque una amiga fue subida a una patrulla por llevar su vaso con un poco de cerveza una vez que el tiempo para permanecer en el bar había expirado. ¿De qué dependerá que allá sí y acá no? Desconozco si en otro país de latinoamérica se permita, pero lo hallé muy extraño y a la vez liberador.
Después me llevó a comer açaí -de esto ya me habían hablado desde México-. Según entiendo es una fruta casi exclusiva de Brasil, es parecida a una uva morada, pero más morada y dura. Tiene muchas propiedades naturales, pero principalmente combate el envejecimiento de las células e incluso se cree es anticancerígena. En toda mi estancia en Brasil jamás vi la fruta en vivo, lo que comí en ese momento fue un tipo helado, aunque la consistencia era de natilla, muy batido. Era un tazón -tigela en portugués- enorme, como de sopa. Escribí: "no me encantó pero tampoco sabe mal". Es uno de los emblemas de Brasil. Se tiene que probar (costó R $17.00).
Más tarde volvimos a la plaza dónde nos encontramos. Tomamos un café -sí, café en portugués es cafezinho- (costó R $2.00 algo así como $10.00 pesos mexicanos) y esperamos que comenzara un concierto de jazz que darían ahí, me parece que formaba parte de un evento cultural. Inició y se convirtió en uno de mis momentos favoritos en Rio. La gente es muy musical; esta apreciación, que un amigo me había compartido, la entendí totalmente.
Ahí probé por primera vez la famosa caipirinha y fue amor a primera vista. La caipirinha lleva un aguardiente, como el mezcal o el tequila, que se llama cachaça y proviene de la caña de azúcar. Se le pone también limón, azúcar y mucho hielo. Es dulce y refrescante a la vez. Me encantó.


Al finalizar el concierto Félix me invitó a su casa y antes de irnos nos encontramos a una conocida de él. Carolina, una colombiana, psicóloga y súper chévere. La invitamos a la "fiesta" y nos acompañó. La casa de Félix está lejos de la civilización. Caminamos unos cuarenta minutos hasta ella. Está en Cosme Velho, muy cerca de la entrada al Corcovado. Pero pese a que fue una caminata pesada, como si subiéramos una montaña, fue muy amena. Compramos cervezas y llegamos finalmente.
Valió todo. La casa de Félix es preciosa. Muy grande y con un aire de hacienda vieja y colonial. Félix está haciendo un tipo de residencia artística en Rio y comparte la casa con otras personas, que también obtuvieron esta residencia. Nos presentó a todos, un grupo bastante ecléctico y de todas los países posibles: Sudáfrica, Alemania, Turquía, Chile. Comencé a platicar con la chica de Sudáfrica, no recuerdo su nombre. Hablamos de su país, del mío, de la violencia, tema inmerso en ambos pero también tema con el que trabaja y que le motiva a hacer arte.
Bebimos, platicamos y después se inició una especie de experimento sonoro entre todos. Con los objetos que había en la habitación, palos, sartenes, mesas, cojines, manos, se produjeron distintos sonidos. La idea era hacer una armonía, además de una melodía. Fue una batucada improvisada. Después se integraron otras personas, un chico de argentina entre ellos, y se hicieron cantos unidos a la música, eran como mantras o sonidos repetitivos. Muy interesante.
Como a las dos y media decidí ir a dormir. Carolina ya se había ido a su casa. Yo no me fui porque le pedí alojamiento a Félix. Me indicó dónde dormiría y ahí me instalé.

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Al día siguiente, bueno, ese mismo día pero más tarde, desperté y lo primero que hice fue mandarle un mensaje a mi mamá por el día de las madres. De verdad que estar sólo no es fácil. Lloré mucho esa mañana. Pongo en una balanza lo que he vivido estos días lejos y lo que dejé. Creo que ha valido mucho la pena, pero es difícil. Le agradecí por confiar y creer en mi.
Después desayuné con Félix. Preparó huevo revuelto con berenjena (delicioso), y probé una fruta, no recuerdo el nombre, pero que parece un jitomate. Fue extraño porque en mi mente tenía el sabor de esta verdura y no me hacía sentido con el sabor dulce de la fruta. En el desayuno nos acompañó Giorgio, el casero, un señor muy atento, amable y servicial. Me estuvo dando consejos y platicando precisamente de la comida brasileña. Finalmente me despedí, con la consigna de volver. Caminé la calle que un día antes había subido. Ahora lo hacía bajando. Si no mal recuerdo la calle era la Rua Cosme Velho que se convierte en Rua das Laranjeiras. Después tomé el metro hasta el hostal.
Cuando llegué me bañé y me alisté para salir. Ya eran pasadas las tres de la tarde. Debería estar trabajando y aprovechando el tiempo, pero no podía concentrarme. Me dirigí al Museu Naval. En facebook encontré, a través de la página Veja Rio, un evento que tendría lugar en la Ilha Fiscal, una isla que está muy cerca de Rio, en el interior de la bahía de Guanabara. Este lugar funcionó como la oficina de la guardia que atendía a la capital del imperio. Actualmente es un museo y un lugar impresionante desde su arquitectura gótica, parece un castillo. El evento al que asistí fue un concierto de arpa. La verdad es que me motivaba más conocer la isla que el concierto, pero no estuvo nada mal. Llegamos en un barco, a pesar de que es posible llegar en auto, porque la isla está conectada por medio de un pequeño camino. Sin embargo, este acceso está restringido. Fue un bonito recorrido. En diez minutos ya estábamos arribando.







El lugar es precioso, me gustó bastante. recomiendo visitarlo al cien por ciento. Por suerte encontré la oportunidad de ir de manera gratuita, pero visitar la isla tiene un costo de R $25.00 (unos $125.00 pesos mexicanos aproximadamente). El concierto duró una hora más o menos. Calculo que unas 70 personas estuvimos ahí. Cuando acabó, el sol ya se había ocultado. El regreso al hostal tendría que ser a pie, ya que el metro no estaba cerca ni del lugar donde desembarcamos ni del hostal. al menos tendría que hacer un trayecto a pie. No valía la pena. Pero fue sorprendente encontrar tan desierta la ciudad, al menos en ese lado. No había nadie en las calles a pesar de que eran las siete o las ocho. Me dio miedo caminarla. No sé si fue por el día de las madres y además domingo, pero parecía una ciudad abandonada.
Regresé al hostal y compré para cenar un salgado de carne -como una empanada- (R $4.00). Al final de ese día anoté en mi diario: "recordar mañana comprar despensa y organizar mi tiempo para concluir el proyecto".


*Tips de viaje: Vale mucho visitar el Centro Cultural Banco do Brasil (CCBB); la entrada es gratis y tiene mucho qué ofrecer. Yo no pude visitarlo completamente, ya que es muy grande, pero lo recomiendo ampliamente. La Casa França-Brasil también es entrada libre, es un lugar mucho más pequeño que el anterior pero muy interesante, cuenta con un espacio para leer y un restaurante/cafetería. El Museu Naval podría no visitarse, a menos que gusten de temáticas navales y de marina. No recuerdo si entre semana tiene un costo, pero los domingos es gratis. La Ilha Fiscal es hermosa en verdad, sin embargo, no sé si valga la pena gastar tanto. No tuve tiempo de visitar la exposición, pero creo que es una permanente que también tiene que ver con cosas de navegación.
En cuestión de comida recomiendo probar todo. Quizá nuestro estomago lo resienta al principio porque no está acostumbrado pero no puedes irte de Brasil sin probar la tapioca y el açaí. Y menos las caipirinhas.

Para una mejor experiencia lectora acompañe el texto escuchando Cosmic Love, interpretada por Florence + the Machine, en la cual se puede oír un poco de arpa y es una canción que me fascina. Pretendía compartir una pieza que escuché ese día en el concierto, pero no la encontré. Se titula Nagumomu de Bhushan Dua -según Shazam. :D