martes, 14 de junio de 2016

Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo


"Si la vida te pone de rodillas, aprovecha para fregar el suelo".


Unos meses atrás llegué a este libro de una manera atípica. Un profesor de la facultad donde estudio, y al cual le estoy muy agradecido por sus recomendaciones tan pertinentes, mencionó un libro que, según decía, es el libro que le hubiera gustado escribir, porque la autora lo hace de una forma muy puntual, muy crítica y con un tema de actualidad (y un tanto polémico). La clase, que era de Filosofía de la historia, se desvió por caminos interesantes hasta llegar a la recomendación.

Levante la mano -o en épocas de redes sociales, de un 'me gusta'-, ¿quién no se ha enfrentado al pensamiento positivo? Nadie. Todo el mundo de alguna u otra manera hemos sido tocados por su halo de felicidad, optimismo y buenos pensamientos. Quizá en alguna comida familiar o escuchando pláticas ajenas en el transporte público. Se habla de tener actitud positiva ante cualquier adversidad: si se piensa positivamente, lo que se desee se hará realidad; lo que nos sacará del hoyo, de la depresión, de una mala racha, será poner buena cara; y todo está en la mente, y ésta es tan poderosa que es posible atraer prosperidad y éxito.
Respecto a todo lo anterior, se lee en la cubierta posterior del libro: "Alguien tenía que decir ¡basta!".

Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo es un libro a manera de ensayo escrito por la activista y periodista estadounidense Barbara Ehrenreich la cual habla de lo mal que ha hecho para la sociedad el pensamiento positivo en todas sus variantes. Es un texto bastante ameno, a pesar de contener muchas referencias a otros libros y artículos; es corto -está dividido en ocho capítulos, y la edición que leí, de Turner Publicaciones, tiene 271 páginas-; y se acompaña de muchos ejemplos, anécdotas y experiencias en torno al tema. Ehrenreich sabe de lo que habla.
¿Por qué hay que tener actitud y pensamiento positivo cuando todo, el mundo mismo, está mal? ¿Por qué cuando se pierde el trabajo o se está enfermo se tiene que ver ésto como una oportunidad para cambiar lo que no se hacía bien? Y lo peor, ¿por qué si alguien no sonríe o no se identifica con esta manera de pensar, se le tiene que etiquetar como negativo y amargado? Este texto da respuesta a éstas y otras preguntas, y ofrece una postura alternativa ante el pensamiento positivo que, en vez de ser positivo por convicción propia, es una estrategia de control político-económico-social (un lavado de cerebro que elige a personas vulnerables en situaciones críticas): ser positivo es una norma, las personas tienen que ser así.


El planteamiento inicia con una pregunta: ¿por qué se gestó en Estados Unidos este pensamiento, cuando se ha demostrado que su población no es nada feliz (y el texto lo prueba en varios estudios), y además las condiciones de bienestar tampoco son las ideales? Es porque "'ser positivo' no es tanto un estado anímico o mental como elemento ideológico: así es como los estadounidenses interpretan el mundo, y así es como creen que se ha de funcionar en él". En pocas palabras: cómo enfrentar las vicisitudes cotidianas dependerá del pensamiento -y si es positivo todo estará de maravilla.
Lo interesante de esto es que el pensamiento positivo se ha enraizado de tal manera que ha penetrado en la psicología y se ha legitimado con una explicación racional, la cual afirma que "la salud, la eficacia individual, la confianza y la capacidad de adaptación" se mejora siendo optimista. Y a partir de esta explicación se aceptan todo tipo de ideas, menos racionales, como la llamada 'ley de la atracción' -que surge del libro El secreto de Rhonda Byrne, best seller publicado en 2006-, la cual puede resumirse como 'se pone algo en la mente, una casa nueva o una pareja, y mágicamente se tendrá', es decir, "los pensamientos pueden tener incidencia directa en el mundo real", producen cosas. El éxito del pensamiento positivo es que la salud, la prosperidad y el éxito tienen que ver con él directamente, por ello vale la pena gastar fuertes cantidades en talleres o cursos motivacionales, leer libros y ver películas del tema, y concentrarse arduamente para que lo que se piense se obtenga.
Pero el mundo no funciona así. Me permito aquí extraer todo un argumento de la introducción del texto, que confronta al pensamiento positivo:
"Si fuera cierto que las cosas van realmente a mejor y que la tendencia del universo es siempre hacia la felicidad y la abundancia, ¿por qué habríamos de molestarnos en pensar de forma positiva? Hacerlo es reconocer que no nos creemos del todo que las cosas vayan a mejorar por sí solas. La práctica del pensamiento positivo se dirige a reforzar tal creencia frente a las muchas pruebas que la contradicen. Por su parte, quienes se autodesignan instructores de esta disciplina -los coaches [entrenadores], predicadores y gurús diversos- definen su ejercicio con términos como 'autohipnosis', 'control mental' o 'control de pensamiento'. En otras palabras: se trata de algo para lo que es necesario autoengañarse, así como esforzarse sin pausa en reprimir o bloquear lo indeseado y los pensamientos 'negativos'. Quienes de verdad tienen confianza en sí mismos, o quienes de alguna forma han llegado a sentirse conformes con el mundo en el que viven y con su destino, no necesitan emplearse al máximo en censurar y controlar lo que piensan".




Hay dos temas que la autora menciona y que funcionan como ejemplos porque son muy palpables.
El primero es el cáncer de mama, el cual Ehrenreich padeció y que a partir de él surge la idea del texto. ¿Cómo nos tenemos que sentir ante una enfermedad mortal? La realidad es que no hay una regla, cada persona reacciona de diferente modo, sin embargo, el pensamiento positivo quiere que te sientas especial, capacitado para sobrellevar la dolencia y pelear una batalla contra tu propio organismo humano. Mientras menos te hagas la víctima mejor, además que no te va a llevar por buen camino. El cáncer es una oportunidad, nunca una molestia.
En el pensamiento positivo no cabe el sentirse mal, el enojarse, el sentir rabia, el preguntarse por qué a mi. Parece que es una obligación el ir a lo contrario y no permitirse pensamientos negativos. Incluso los términos que se usan están muy cuidados: aquí no hay pacientes o víctimas (asociados a la pasividad), sino luchadoras y, cuando el tratamiento tuvo éxito, supervivientes (asociados con la acción).
Pero la cosa llega al absurdo cuando se ve al cáncer como un don, un punto crucial que todos deberíamos enfrentar: "el cáncer es tu pasaje para la verdadera vida. Es tu pasaporte a la vida que estabas destinada a vivir". Lo que el texto demuestra es que el cáncer, en específico el de mama, se ha convertido en la oportunidad para que el pensamiento positivo arroje las primeras señales de su verdadera intención: la enfermedad es lo de menos, es la oportunidad para vivir nuevas experiencias, donde conocerás gente que piensa positivo y que usa listones rosas como estandarte.
Y todo puede ser color de rosa, pero la realidad es totalmente diferente. No se ha comprobado científicamente que la actitud o el pensamiento positivo tenga incidencia en el organismo para destruir las células cancerígenas. No tiene efectos curativos, cosa que el pensamiento positivo ha querido vender. "Puede que la psicoterapia y los grupos de apoyo le mejoren a una el humor, pero no hacen nada contra el cáncer"; esto no te hará vivir más tiempo, es decir, no hay relación. Aquellas personas que expresan su sentir, que todo el tiempo se quejan por el dolor o el padecimiento, siéntanse libres de hacerlo, tienen derecho y además, la actitud que elijan no eliminará el cáncer. Quítense esa presión social de encima, porque eso es lo que se provoca, llevar el peso de la enfermedad, más la carga extra del 'tener que sentirte bien'.

El segundo tema es el del negocio tan creciente y popular que ha emanado del pensamiento positivo, éste "ha iniciado una especie de simbiosis con el capitalismo", y ha ofrecido un sin fin de opciones para que cada vez más personas se adhieran a él.
Para el pensamiento positivo el fracaso existe sólo por culpa del individuo, de nadie más. Nada de culpar al sistema, al gobierno o a las empresas. Si hay gente pobre es porque no ha cambiado su manera de pensar, no ha podido desechar la negatividad que bloquea el progreso.
"Cuando uno pierde un trabajo, ha de callarse y mover el trasero hasta que encuentre otro". El fracaso en el trabajo, el ser despedido, es sólo una oportunidad para repensar lo que se ha hecho mal y cambiarlo. Las empresas se han interesado en que sus trabajadores cuenten con la capacidad para ver en los problemas, cualquiera que sean, oportunidades. Por ello, si un trabajador es despojado de su empleo, a veces de forma injustificada, no hay drama o pelea, al menos no con la empresa.
Esta capacidad es aprendida, y se puede enseñar a partir de 'cursos transformacionales', que le harán ser una mejor persona y un líder, que tendrá la obligación de impulsar a otras personas a través de "herramientas para el 'cambio'". Y cualquiera, con sólo pagar el curso y cumplir con los requerimientos disciplinares -no hay dolor, cansancio, sueño, pues sólo son barreras para el pensamiento positivo, así como tampoco habrá tiempo para la convivencia o la familia, pues se tienen que hacer sacrificios para lograr objetivos-, puede estar del otro lado, es decir, certificarse como entrenador motivacional profesional.
"La realidad es una mierda"; sí, lo es, pero no se puede cambiar; lo único que puedes cambiar es tu percepción de ella: de lo negativo a lo positivo. Y listo. Todo puede estar muy mal, pero si tú estás bien y te mantienes concentrado y enfocado en tus objetivos, se verá reflejado en tu entorno.
Lo delicado de este tema en el pensamiento positivo es que es un disfraz para cubrir el negocio tan jugoso que hay detrás. Y es peligroso porque está en juego el estado anímico de las personas, que a través de la manipulación y el control, son sometidas, influenciadas y engañadas, para ver la realidad como una ilusión.


Finalmente, Ehrenreich propone una alternativa de pensamiento que no es, como podría suponerse, la desesperanza o la negatividad, sino "es tratar de salir de uno mismo para ver las cosas 'como son', pintándolas lo menos posible con los colores de nuestros sentimientos y fantasías, y entendiendo que el mundo está lleno de peligros y oportunidades casi por igual, y que es posible vivir la mayor de las felicidades aunque siempre esté ahí la certeza de que vamos a morir". Con este libro, dice la autora, no pretende caer en la amargura. Lo que busca es despertarnos de esta fantasía que es el pensamiento positivo.

A mi, al igual que a mi profesor, me hubiese gustado escribir este libro, pues me identifiqué con su posición de protesta. En general me gustó bastante. Es el primer texto que leo de Ehrenreich, pero sin duda buscaré algunos otros. A pesar de ser un ensayo, el lenguaje que emplea es muy accesible. Los argumentos que plantea están muy bien fundados en otros autores y a partir de vivencias propias. Me ha parecido un excelente libro, el cual todos deberíamos leer, no con el afán de convertirnos en los aguafiestas que nadie quiere a su lado, sino con la idea de poner en la mesa un tema que se da por hecho y analizar los trasfondos que tiene. Podemos estar en desacuerdo, pero en este sentido, en la diversidad de pensamiento, tenemos derecho a elegir sonreír o no.

Comparto un vídeo en el que la autora comenta su propio libro (me parece que es tomado de alguna conferencia que dio o algo por el estilo), y creo que sirve muy bien como introducción para conocer el tema y para querer leer el libro completo.

Feliz lectura.

martes, 15 de marzo de 2016

"Prohibidas las escenas amorosas en este local". Bienvenidos a Costa Rica.

Día uno. Marzo 4.


Cinco de la mañana, la alarma sonó muy puntual. Y cuando digo 'muy puntual' no lo hago de manera incongruente, sino que la escuché desde el primer sonido que emitió. No sé si les ha pasado, pero yo siempre, un día antes del viaje, me pongo muy nervioso y en la noche no puedo conciliar el sueño. Tengo mil cosas en la cabeza que no hay cabida para ese estado. Por tanto dormí como tres horas.
Me bañé, me cambié y alisté las cosas que me faltaban colocar en la maleta. Desayuné en menos de cinco minutos. A las seis y media ya estaba en el auto con mi papá en camino al aeropuerto de la ciudad de México. Esperaba no haber olvidado nada, aunque siempre persiste la sensación de que algo falta.
Llegué una hora después y mi amiga Fabritzia, mi compañera en este viaje, ya me esperaba. Nos quedamos de ver en la puerta cuatro, donde está Interjet, la aerolínea que elegimos para este viaje. Preguntamos y nos dijeron que ahí no era el lugar, teníamos que subir al primer piso y dirigirnos al área internacional de Interjet. Hicimos el check-in muy rápido y documentamos el equipaje. Mi maleta pesó poco más de once kilos, casi nada.
Ahora sólo quedaba cambiar el dinero. Días antes había ido al aeropuerto con la intención de cambiar pesos mexicanos a colones, la moneda oficial de Costa Rica. Sin embargo, tuve poca suerte, sólo dos casas de cambio de unas veinte que visité tenían la moneda. En una de ellas me comentaron que sería poco probable que encontrara colones, ya que no les conviene tenerlos por lo pequeño del cambio. Un colón costarricense equivale a cuatro centavos mexicanos. ¡Nada!
Todo parecía indicar que tendría que cambiar pesos a dólares y después, una vez llegando a Costa Rica, cambiar a colones. Y así fue. (También es posible pagar directamente con dólares, sin embargo, investigando y leyendo en blogs de viajes, no recomendaban hacerlo porque muchas veces a los turistas que pagan con la moneda estadounidense les aumentan los precios).
Cambié aproximadamente siete mil quinientos pesos, es decir poco más de 350 dólares. Y no sabía qué esperar. No sabía si me alcanzaría para mi estancia de seis días en aquel país centroamericano. Sólo sabía, por personas que ya habían viajado antes, que todo era muy caro, y en mi interior imploraba que hubieran exagerado o que no fuera tanto.
El avión salió antes del horario previsto: 9:45 a.m. Y el trayecto duró poco más de dos horas. Llegamos al aeropuerto de San José, la capital costarricense, pasadas las doce del día. Aún no lo sabía pero no hay diferencia de horario con México. El vuelo fue tranquilo, sin contratiempos ni turbulencia. Nos ofrecieron diferentes bebidas y unas galletas. Pasamos el rato leyendo, platicando y jugando mankala. Perdí cuarenta pesos en menos de una hora. Fabritzia aprendió a jugar demasiado rápido.


El aeropuerto internacional Juan Santamaría es pequeño y el área de llegadas no es muy linda. Esperamos unos treinta minutos en lo que recogimos nuestro equipaje. Cambiamos los dólares a colones y nos dispusimos a salir de ahí. Quedé un poco impresionado con la poca seguridad que hubo al momento de sacar el equipaje del aeropuerto. Obviamente antes de salir el equipaje pasa por la cabina de rayos X, pero nadie cotejó si verdaderamente la maleta que llevaba conmigo coincidía con el código de registro. Sólo había una persona atendiendo y la verdad era insuficiente.
Saliendo del aeropuerto hay una parada de autobús donde, según nos dijeron, podríamos tomar el que nos llevaría al centro de San José. 'No hay pierde, el bus es rojo con negro y son de la compañía TUASA'. Fácil. La realidad fue que, a pesar de que muchos camiones con las características mencionadas decían San José, la mayoría no iba para allá. Cosa rara. Y lo peor, nadie sabía cuál era el camión indicado. Un autobús se puso frente a nosotros con la pinta de ser el adecuado y decidimos subir a preguntar. El chofer se arrancó pero no fue el correcto. Le pedimos bajar y nos dijo que aún así teníamos que pagar la tarifa de quinientos cuarenta colones (unos $22 pesos mexicanos) cada uno. Me sentí robado. Después me enteré que los autobuses en Costa Rica tienen unos sensores que controlan la entrada y salida del pasaje.
Un chico tico -gentilicio coloquial que se usa como sinónimo de costarricense- nos abordó y nos invitó a tomar un taxi, le dijimos que no pero él insistió. Ni siquiera han preguntado cuánto les costaría, nos dijo. Pero no estábamos interesados. 'Sólo serían quince dólares por los dos'. ¿Sólo? pensé, No gracias. En verdad quiso ayudarnos y nos dijo qué camión era el nuestro. En menos de cinco minutos ya íbamos rumbo al centro.
Lo que vimos no nos sorprendió. Encontramos un San José desordenado y con poco atractivo; más tarde lo confirmaríamos. Creo que lo más interesante del recorrido fue observar que dentro del autobús las agarraderas colgantes tienen escritas diferentes frases, como para que la gente no se aburra. Yo creo que la gente ya hasta se las sabe de memoria. Otra cosa interesante fue el hospital México, que sin saber en ese momento qué hospital era, nos pareció el Tlatelolco de San José. Su arquitectura es similar a este complejo habitacional en México: deprimente e icónico a la vez.
El bus tomó la Avenida Central y justo donde viró -en Costa Rica utilizan el verbo virar en vez de girar o tomar-, del lado derecho encontramos el Museo de Arte Costarricense, el cual no pude visitar pero me pareció, por fuera, el más interesante de los que vi, que tampoco fueron muchos. Nos fuimos familiarizando con la ciudad a lo largo de esa avenida. Al llegar a la terminal, ya en la zona centro, preguntamos por los camiones que van a San Pedro. Nuevamente nos encontramos con que nadie sabía muy bien y los que sabían, sólo sabían a medias. Preguntamos a muchas personas y siempre nos indicaban con esa forma característica que tienen: 'Subís 200 metros al sur y luego al oeste otros 200 o 300 metros'. Algo como eso. Yo sólo podía recordar mis lecciones de los puntos cardinales en la primaria, donde nos sacaban al patio y nos hacían buscar el sol y orientarnos. Ahora entiendo su importancia y creo que no pasé muy bien esa clase.
Durante el viaje a pie hasta el encuentro con el autobús que nos llevaría a Casa Yoses, nuestro hostal por esa noche, paramos para tomar algunas fotos y en un restaurante nos encontramos con un cartel muy singular que decía algo como "en este establecimiento quedan estrictamente prohibidas las escenas de amor". Creo que los ticos son muy cachondos y no tienen control de sí mismos. Qué risa nos dio. Nunca había visto una advertencia parecida.
Caminamos unos quince minutos hasta que pudimos dar con la parada correcta. Subimos al camión y le pedimos al chofer si nos podría avisar donde apear -otra palabra que los costarricenses utilizan y que es muy bonita-. Cuando esperábamos a que el bus arrancara, sucedió algo bien extraño. Contextualizo: tengo una conocida que es de Costa Rica y la cual contacté días antes para que me diera algunas recomendaciones. Ella vive en Santiago, en Chile, o al menos eso creía, pero me comentó que ahora estaba unos días en San José. Pensé sería excelente vernos, pero no le sería posible porque ya tenía un fin de semana muy ocupado. No pasa nada, de todos modos agradecí todos sus consejos. Aquí viene lo extraño, eso que a veces solemos llamar destino. Ella, Grettel es su nombre, abordó el mismo autobús que nosotros. No hubo contacto visual ya que se sentó unos lugares adelante y realmente no hubo oportunidad de acercarme. Más tarde le escribiría y le diría que abordamos el mismo autobús. Pero eso no quedó ahí. Cuando el chofer nos avisó que nuestra parada era la siguiente, nos alistamos para bajar y ella lo hizo también. El destino nos unió de una forma bien interesante, no había duda. Ya en la calle me acerqué y le hablé, casi lloro en ese momento. Fue una grata sorpresa y pudimos compartir unos minutos. Nos ayudó a localizar nuestra dirección. Nos despedimos y nos deseó una buena estadía en su país.
Alrededor de las cuatro de la tarde llegamos al hostal, un lugar muy lindo en una zona también linda. Nos recibió una chica de nombre Fe, creo que era de Alemania. Pagamos lo que se debía de la reservación y nos dio un tour por todo el lugar (la habitación en la que nos quedamos fue privada con baño compartido y pagamos 11000 colones cada quien, algo así como $440 pesos mexicanos). Finalmente llegamos a nuestro cuarto y descansamos un momento. Después nos alistamos para salir a conocer y también para comprar el boleto del camión que nos llevaría a nuestro siguiente destino. Le preguntamos a Fe cómo llegar a la terminal de Quepos/Manuel Antonio para comprar el tiquete -modismo costarricense sinónimo de boleto-. Entendimos la explicación pero llegar ahí no fue tan sencillo.
Mientras encontrábamos la terminal, pudimos conocer un poco más de San José. Y no nos encantó. Cada que veíamos algo nos quedábamos con una no muy buena sensación. Sin embargo, no perdíamos la esperanza y decidíamos darle otra oportunidad para que nos maravillara. Pero creo eso nunca sucedió. Personalmente pienso que San José es la mezcla de muchos elementos arquitectónicos y urbanos de épocas pasadas, pero que no se han actualizado, es decir, se ve viejo y sin encanto. Tal vez faltó recorrer la ciudad un poco más, pero la primera impresión no fue la mejor. Y en la gente tampoco vimos rasgos característicos. Encontramos personas de todas las tonalidades de piel, pero sin ningún parecido entre ellas.







Después de caminar un buen rato y tomar fotos de los puntos que llamaban nuestra atención, decidimos ir a comer algo. La caminata fue muy larga. Nos pareció extraño, pero no encontramos muchos restaurantes o sodas -lo que se traduciría como fondas o cocinas económicas en México- cerca. Fue toda una odisea encontrar un lugar. Al final dimos con el restaurante Nuestra Tierra, que está muy cerca del Museo Nacional de Costa Rica. Nuestra hambre era tal que más tardamos en llegar ahí que en terminar nuestros platillos. Yo pedí una Olla de Carne, que es caldo de carne de cerdo con verduras -parecido a un mole de olla mexicano-, y tomé una limonada con hierbabuena. Todo delicioso. Fabritzia pidió un Chifrijo, que es una rica combinación de frijoles, arroz, chicharrón y pico de gallo, acompañado con totopos -la base de la cocina costarricense es el arroz y los frijoles-. Entre los dos comimos un tamal de elote que nos gustó pero que no le pide nada a los tamales mexicanos. Ya nos sentíamos desfallecer si no comíamos algo pronto y quedamos muy satisfechos. (Pagué 7190 colones, $290 pesos mexicanos aproximadamente. Sentimos que había sido caro).
Al finalizar el día fuimos a visitar a Sandra, una amiga mexicana que ya lleva medio año viviendo en Costa Rica con su esposo y su hija. Ellos viven en Santa Ana, una zona de San José un tanto adinerada, pero al mismo tiempo desapartada de la ciudad. Como ya era tarde y tomar el autobús hasta allá era casi imposible, la opción fue tomar taxi. Creo que ha sido el viaje en taxi más caro que he hecho en toda mi vida. Santa Ana está a unos veinte minutos del centro de San José y el taximetro -la María en Costa Rica- marcó 11900 colones, es decir $476 pesos mexicanos.
En el camino pasamos a un lado del Estadio Nacional y el taxista nos comentó que antes ahí estaba el aeropuerto de San José. El estadio fue 'un regalo de los chinos', y sin duda me hubiese gustado visitarlo. Llegamos a casa de nuestra amiga y nos encantó volver a verla. Nos presentó a su esposo y de inmediato nos ofreció una cerveza Imperial, la cerveza de Costa Rica. La platica básicamente consistió en hablar mal de San José, del itinerario que deberíamos seguir y del futuro. Podría resumir, según lo que escuché esa noche, que Costa Rica es un país sumamente seguro, con un concepto de violencia totalmente diferente al que tenemos en México; un paraíso en cuestiones naturales pero muy pobre en cuestiones gastronómicas; y en extremo caro pero con una calidad de vida sin igual. Y durante el viaje lo pudimos corroborar. Me encantó volver a estar con ella, fue una noche muy agradable.
El regreso lo hicimos nuevamente en taxi y costó lo mismo que el de ida, una fortuna. Pasamos por una calle donde había un bar atiborrado, y el taxista nos comentó que era uno de los lugares más concurridos para salir en la noche, la verdad no recuerdo el nombre. Será en otra visita el poder conocerlo. Regresamos al hostal ya cansados pero muy entusiasmados por iniciar el nuevo día. Nos alistamos para dormir y caímos rendidos.



*Tips de viaje: Seguro San José tiene mucho que ofrecer pero yo no recomendaría quedarse ahí más de dos días. El centro de la capital tiene muchas cosas cerca, por tanto las distancias a pie son cortas. (El sitio oficial de turismo de Costa Rica propone tres caminatas por San José; valdrá la pena hacerlas). Cargar con un mapa o incluso con una brújula puede ser de ayuda, ya que como mencioné anteriormente, es muy común utilizar los cuatro puntos cardinales.
Mis edificios favoritos: el Teatro Nacional, la Catedral Metropolitana, la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad y el Edificio de la Caja Costarricense de Seguro Social.
Los autobuses, según nos dijeron, son muy seguros en el transcurso del día, pero en la noche ya no son recomendables. Los taxis son, desde mi perspectiva, el plan B: a menos que sea necesario utilícenlos, son seguros pero son muy caros.
Leyendo en blogs de viajes es inteligente gastar 60 dólares diarios en un viaje de no más de diez días (a menos que se lleve un presupuesto bastante suelto). El primer día gasté aproximadamente 86 dólares. Me asusté mucho, pero pude comprobar que a veces los 60 dólares son insuficientes. Recomiendo tener un control de gastos, anotando cada cosa que se compre.

Este primer día no fue nada musical, pero caminando en el Parque Central encontramos a un grupo de chavos bailando la canción Work de Rihanna. Puedes acompañar el texto escuchándola. :D

jueves, 25 de febrero de 2016

El Psicoanalista


¡Feliz nuevo año -a casi tres meses de comenzado-! :S


Ya no había podido escribir. Aún me falta compartir varios días de mi viaje por Brasil (para los que no sepan, el año pasado realicé un viaje a este país y escribí un diario de mis 72 días). Espero tener tiempo suficiente para hacer más entradas las próximas semanas.

Ahora, en un ejercicio de escritura, diferente al del diario de viaje pero escritura al fin, decidí, como propósito de año nuevo, reseñar los libros que vaya leyendo. Hay que recordar que una reseña busca ser un comentario al respecto, en este caso, de un libro. No pretende tener una verdad, pero sí quiere que a partir de ella se pueda acceder al libro y se lea. Ojalá les guste y se identifiquen con lo que me sucedió al leer y si no, este es un foro abierto y pueden dejar sus opiniones.


"La traición puede volverse mucho más fuerte que el amor".

Comencé a leer El Psicoanalista el año pasado, creo que por finales de noviembre. En la edición que tengo -de bolsillo, editada por Ediciones B-, el libro cuenta con 574 páginas. No es una historia corta, sin embargo, se lee rápido, porque en verdad te atrapa.
Investigando en Wikipedia, este libro se publicó en el 2002 y ha sido el libro de mayor éxito de su autor, John Katzenbach, escritor estadounidense referente del género de thriller psicológico.
He de confesar que soy un comprador compulsivo de libros y éste ya tenía varios años en mi biblioteca personal, pero por alguna razón no lo había leído. Una amiga me lo pidió prestado en agosto o septiembre, y cuando me lo devolvió decidí no darle más la vuelta y comenzarlo.

Tiene una trama por demás intrigante. Y algo que me gustó es que no es predecible. Te sorprende una y otra vez. Cuando lo vas leyendo y el personaje principal se encuentra en algún conflicto, que es en la mayoría de la obra, se piensa: "ah, va a actuar de tal manera". Pero no. Te topas con algo que no se veía venir. Es interesante desde este punto de vista.



La historia tiene como protagonista al doctor Frederick Starks, un psicoanalista de mediana edad, con una vida tranquila y resuelta; viudo, sin mucho ajetreo en su día a día. Vive en Nueva York y su rutina se basa en atender a personas adineradas que buscan solucionar sus problemas personales a través de la terapia psicoanalítica. En pocas palabras, un tipo aburrido, una vida aburrida.
Un buen día, el día de su cumpleaños, y a punto de iniciar sus vacaciones de verano, recibe una carta anónima donde se le comunica que tiene dos opciones: o se suicida en menos de quince días o de no hacerlo varios de sus familiares morirán.
Creo que es esta consigna la que te atrapa y lo que hace que quieras leer el libro y lo que hace que quieras continuar leyendo, porque esto se expone en el primer capítulo. Una situación que rompe completamente la tranquilidad de un individuo y que se adhiere a otra, la de no saber quién le mandó esa carta. A medida que el libro avanza -toda la primera parte- y el tiempo límite se acaba para descubrir quién está detrás del personaje que se hace llamar Sr. Rumplestiltskin, el que lo amenaza, van apareciendo personajes y datos que le hacen estar más cerca de encontrar al culpable, pero más lejos de conservar su vida. Sin embargo, el atacante es muy inteligente y tiene planeado un juego que según se ve ha sido estudiado con bastante anticipación y que ni el lector, ni el protagonista se esperan.

Es al final de la primera parte, cuando el lector se entera de por qué su agresor lo quiere ver muerto, que la historia pierde, para mí, estructura. Cuando llegué a este punto me dije, ¿tanto plan maestro para esto? Me pareció que el motivo de la venganza por parte del Sr. Rumplestiltskin es poco fundamentado. Sin la intención de dar detalles del libro, cuando Starks era joven y comenzaba su carrera en el psicoanálisis, atendió un caso que se relaciona directamente con la persona que ahora lo ataca. Éste quiere venganza, que básicamente se trata de ver muertas a todas las personas que dieron la espalda en el pasado a la persona por la que ahora realiza esta venganza, porque a raíz de esa falta de apoyo, de esa negligencia médica, él fue infeliz en su infancia y por el resto de sus días.
Desde mi punto de vista la historia está muy bien pensada hasta aquí. La manera en cómo sucede la venganza hace pensar que el motivo de ella será bastante gordo. Pero al enterarnos de que no es así, la historia pierde credibilidad -aún cuando la historia es ficticia, tiene mucho de realidad-. Daré un ejemplo, tal vez se entienda mejor. Es como si a alguien, de niño, le roban un dulce y entonces, ya de grande, crea un juego de trampas y estrategias para vengarse por ese robo. Cuando nos enteramos que esa venganza es por el robo de un dulce, nos morimos de la risa. (No quiero decir con esto que el vengador no haya sufrido de niño. Me pongo en su lugar y seguro le causó un dolor importante. Pero me cuesta creerlo.)

En la segunda parte del libro, cuando los papeles se invierten y Starks comienza a crear su contravenganza, que también le lleva tiempo, se entiende más a detalle el motivo de esa primera venganza. No es sólo que le robaron un dulce, sino que este dulce era vital y nunca nadie podrá darle un dulce como aquél. Las cosas cambian, ¿no? Sin embargo, ya es tarde. Continué leyendo el libro, pero con mis reservas. (Espero no ser la única persona que sienta esto).
El final, el cara a cara entre Starks y Rumplestiltskin tiene dos matices: no es predecible, por la situación y el dónde ocurre, pero no es sorprendente en el sentido de que es "la batalla final". Creo que el problema, no sé si de este libro en particular o de otros de Katzenbach, es que en los aspectos más importantes de la historia algo no está suficientemente bien construido. Como que algo se le escapa de las manos. Aunque hay que decir que la historia en general es buenísima y muy sólida.



La primera parte me gustó más que la segunda, pero sin ésta no hay conclusión (si hiciera una película o una serie y la tuviera que dividir en dos partes por motivos comerciales, respetaría la división del libro). Los personajes no son muchos, pero ninguno me encantó. Starks me aburre en casi toda la historia, con excepción del final cuando enfrenta a sus enemigos, y Rumplestiltskin y sus aliados me hartan con su perfección y su juego bien planificado. Pero hay uno que me parece astuto y que no se percibe claramente de qué lado juega. Éste es el doctor Lewis, un antiguo profesor y mentor de Starks. Los diálogos que suceden con él son interesantes; le cuestiona y le hace darse cuenta del macabro juego que Rumplestiltskin planeó. Y hay una gran sorpresa con él.

Por otro lado es extraño que después de doce años que la novela fue publicada aún no haya visto la luz su adaptación cinematográfica. Se han escuchado rumores de una película y otra, pero nada oficial. Encontré en la red que en 2014, un cineasta español, Jesús Monllaó, había adquirido los derechos del libro para poder filmarlo. Pero, después de casi dos años de esa noticia, no hay nada concreto. Y es extraño porque, al ser un best seller, es muy probable que mucha gente quiera ver una película sobre este libro; sería un éxito. Antes de leerlo me parecía extraño, pero ahora confirmo el por qué se han tardado en adaptarlo. El Psicoanalista en verdad es complejo. Carece de un lenguaje cinematográfico claro y quizá por ello no se han atrevido a filmarlo. Además hay una gran responsabilidad detrás, por el número de seguidores que tiene.

Recomiendo mucho esta novela, no sólo por su historia, sino también por el hecho de ser un hito en el mundo literario en la actualidad. Me quedo con una frase que leí en twitter al usar el hashtag #ElPsicoanalista, "no dejes que nadie te joda la vida". Corran a leerlo si no lo han hecho, no se arrepentirán.


Feliz lectura.